miércoles, 24 de diciembre de 2014

Homilía Natividad del Señor, Misa vespertina de la Vigilia, 24 de diciembre de 2014

Haciendo un poco de ficción histórica y literaria, podríamos preguntarnos si la Biblia se volvería a escribir en los mismos términos en el siglo XXI. En los aspectos escenográfico seguramente que no, pero en los términos de las expectativas humanas y en lo que el hombre de cara a Dios, podríamos decir que sí.
Porque si bien el hombre contemporáneo se siente con más probabilidades de ser humano que el de los tiempos que lo ha precedido, en realidad nada ha cambiado, porque el gran salto tecnológico, del cual el llegar a la Luna es el gran ícono, no ha resultado más que viajar unos cuantos miles de kilómetros incomparables frente al tamaño del Universo y lo que de este sabemos hoy. De hecho las películas de ciencia ficción, no se centran tanto en el hecho de viajar al espacio, sino en el cómo hacer para viajar por el Universo de tal manera que seamos los mismos a la ida como a la vuelta.
Traducido esto en términos bíblicos, estamos en la esencia del hombre que es buscar a Dios y no huir de su presencia, y desde la esencia de Dios que es buscar al hombre superando sus expectativas aunque estas se presenten como por debajo de las del hombre mismo, porque cuando el hombre busca a Dios lo hace de manera grandilocuente y ruidosa, y Dios la hace de manera humilde y silenciosa.
El gran tema es el nombre de Dios que la actitud Dios representa la hacerse hombre en el seno de María: “Dios-con-nosotros”. Porque el gran tema no es que el hombre busque a Dios, que busque su salvación, que quiera liberarse, superarse, sino, que el hombre es ante todo buscado por Dios en un abajamiento inaudito para el hombre a tal punto que a unos le resulta insignificante y olvidable y, a otros le significa un rechazo y negación reiterada.
El gran tema de la humanidad no es que el hombre quiera o pueda viajar, sino que, Dios ha viajado hacia el hombre, se ha engendrado en un vientre materno y ha nacido de una madre virgen de forma humana, y para peor desapercibido si no fuera porque Dios mismo se ocupara de comunicarlo, de anunciarlo y de guiar a la gente hacia ese acontecimiento.
Estamos lejos de ser el centro de la escena, aunque sí del corazón de Dios, y ese corazón el que busca al hombre antes que este lo busque a Él. Es Dios, no ya buscando, sino encontrando al hombre lo que celebramos en este “Dios-con-nosotros” en esta Navidad.
Dios ha viajado hasta nosotros, hasta hacerse uno de nosotros, hasta estar y permanecer con nosotros en el Niño Jesús, comienzo de una permanencia que es la verdadera esperanza del hombre. Este Niño Jesús, el Salvador, paradójicamente lo es mientras nace y se deja envolver en pañales, se deja acurrucar por María y por José, se deja alimentar, se deja acunar en un pesebre porque nada le resulta extraño e indigno de su creación. Y mucho menos nosotros.
Dejémonos alcanzar por el Niño Dios, como se deja alcanzar Él por nosotros. En esto reside la verdad y la oportunidad de nuestra esperanza. Nada en nuestra vida debe estar fuera del alcance de esta pequeñez, nada debe rechazar este abajamiento, nada en nuestras vidas puede verse transformado si no es por la vía de la humildad y la pobreza que acepta el hacer de Dios por sobre el hacer sólo del hombre.
Es en la preciosa colaboración de Dios con el hombre en el Niño Jesús, como el hombre aprende a colaborar con Dios en la propia existencia y así lanzarse a hacerse más hermanos de los que necesitan esa cercanía, esa presencia que no invade sino que se hace “Dios-con-nosotros”.
No reneguemos de lo que esta Noche representa de luminoso, y dejemos atrás lo oscuro: el orgullo, el poder, la fuerza, las cadenas, las humillaciones, las imposiciones, el desprecio, el olvido, la esclavitud, el ser servido, el todo para mí… todo esto a quedado atrás por la luminosidad y frescura de simplemente “Dios-con-nosotros”.
Ahora podemos viajar seguros por nuestro corazón y el de nuestros hermanos porque “Dios-con-nosotros” está en medio de nosotros y allí permanece. Él nos hace cruzar los umbrales inexplorados que nos hacen avanzar hacia ser uno con Él porque Él es en nuestras vidas “Dios-con-nosotros” y eso nos basta, o al menos debería bastarnos.


P. Sergio-Pablo Beliera

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