“Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno
su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos
nosotros...” porque Él si sabía ir hacia Dios y hacia
el hombre.
Sí, errante es nuestro andar, sin rumbo, sin destino
final, sin punto de llegada… Es que a los hombres nos cuesta levantarnos y
emprender el día cuando no venimos de ningún lado y a su vez, podemos ir a
cualquier lado, que es lo mismo que a ninguno.
Errante es el destino de los días de quien mata a su
hermano, así desde Caín hasta Herodes, Pilatos, el Sanedrín y un pueblo esclavo
de conveniencias y rebeldías.
¿Dónde vamos? Nadie lo sabe. Quien quiera diagnosticar o describir nuestro rumbo sin
Dios, no podrá decir mas que “errantes”, porque ese es el destino
de una humanidad que mata activamente y con su indiferencia al Inocente Jesús.
Pero Jesús Crucificado no es un errante, no, Él está
clavado en la Cruz porque ha llegado al principio del final de su camino iniciado
en Nazaret al venir a este mundo. Jesús, ha sido un peregrino, un caminante que
ha salido a buscar la oveja perdida y errante y la ha encontrado en cada herido
abandonado al borde del camino. Su peregrinación en la tierra termina en una
elección de estabilidad de tres horas colgado en la Cruz, convertida de
instrumento de suplicio en instrumento para abolir la muerte y el odio.
Pero no nos olvidemos que “…muchos quedaron horrorizados a
causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un
hombre y su apariencia no era más la de un ser humano…” A nosotros
también nos cuesta reconocer la presencia de Dios en rostros y cuerpos
desfigurados por el dolor, la enfermedad y el pecado. Podríamos admitir que en
todo desfigurado, Jesús se hace cargo de esa figura y la contempla y la asume
haciéndola totalmente suya.
La mayor Caridad de Jesús es asumir en sí, sobre sí,
cargar por nosotros lo peor de nosotros. “Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se
aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada.”
Desde Jesús Crucificado, ahora todos vamos hacia la Cruz,
caminamos hacia ella con este sentido, de alguna manera todos somos “monachos”,
“solo” como el Solo, que nos hacemos
“communio” en la “comunión” de cargar unos con otros,
cada uno con la deshumanización del otro, porque así lo hace Jesús, que en la solitariedad
de la Cruz se hace Comunión de
nuestras miserias.
Jesús dice en esta Cruz: “Tengo sed”. Él que es el
Manantial, la Fuente, el Pozo profundo e inagotable, tiene sed… Una vez más nos
pide: “Dame de beber”, Él que es el Agua Pura que sacia la sed. Tiene
sed, porque no se ha guardado nada para sí, derrama por completo su Sangre.
Tiene sed, porque no es manantial para sí mismo, sino para nosotros, es Agua Viva
para nosotros.
Y sólo pueden saciar su sed los que como Él no se
reservan nada para sí y, los que comparten su sed de Amor por el Padre
Misericordioso de las miserias del hombre y, por las miserias de los hombres
que sólo encuentran su consuelo en la Misericordia del Padre, sin lo cual la
vida sería un espanto de principio a fin.
Jesús dice en esta Cruz: “Todo se ha cumplido”.
Para eso ha venido a nosotros para cumplirlo todo, para no renegar de nada, para
llevarlo todo a su plenitud, para que la Ley y los Profetas no queden en letra
muerta, para que las Promesas se vuelvan Realidad.
Parafraseando a santa Catalina de Siena, decimos que está
dichoso en medio de los tormentos porque ha cumplido hasta el fin la Voluntad
del Padre, y el Camino, la Verdad y la Vida que se ha abierto en Él, desde
ahora no se cerrará más.
Todo se ha cumplido en Jesús, el hombre ya no tiene que
esperar más, el pecado y la muerte han sido abrazadas por la ternura del
sacrificio de Jesús que nos vuelve gracia y vida a todos los que nos escondemos
“bajos
sus alas.”
Ahora Jesús comienza su peregrinación hacia las
profundidades de la oscuridad de la muerte. Jesús baja al lugar de los muertos,
se recuesta con ellos para que ellos se recuesten ahora en Él y con Él se
levanten al tercer día. Hay un lugar que aún lo espera para que les anuncie la
Buena Noticia: que el Amor es más fuerte que la muerte, y que la Misericordia
ha vencido al pecado, porque Dios es Amigo de los hombres.
Jesús ha muerto y es traspasado por la lanza del soldado
y de su costado manan sangre y agua que empapan la tierra reseca.
Jesús ha muerto y es bajado de la Cruz por la delicadeza
de unos pocos.
Jesús es descendido de la Cruz y depositado en los brazos
de su Madre que lo espera.
El cuerpo inerte de Jesús, es ungido con prontitud por
las mujeres discípulas y Nicodemo.
El cuerpo de Jesús, es enterrado en un sepulcro nuevo por
su discípulo José de Arimatea.
Ninguno de ellos se ha fugado de semejante dolor, ¿Y ahora?...
Entramos en el silencio y la soledad más conmovedora de
la Creación, de la Humanidad, de la Historia.
Aún no terminamos de llorar lo suficiente por tanto Amor
de Dios frente a tanta crueldad del hombre.
Pero pronto, “…verán lo que nunca se les había contado y
comprenderán algo que nunca habían oído… Sí, mi Servidor triunfará: Será
exaltado y elevado a una altura muy grande…”
“Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”
P. Sergio-Pablo Beliera
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