jueves, 24 de diciembre de 2015

Homilía Natividad del Señor, Ciclo C, 25 de Diciembre de 2015

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”.
Es tan cierto que Dios conduce la historia humana que los acontecimientos contradictorios vienen a confirmarlo. Muchas veces, de diversas maneras, las desiciones de los hombres parecen llevar la delantera y la orientación de la historia de miles y millones de hombres, por lo tanto también de la nuestra, y nos sentimos despojados. Pero de pronto la calma, la docilidad, la disponibilidad, la paciencia y la indeclinable orientación a Dios de algunos hombres, hacen que esos acontecimientos contradictorios vengan a terminar contribuyendo a lo que no estaban destiandos a contribuir.
En la historia de Jesús, María y José, es un censo el acontecimiento que destinado a la reorganización administrativa de un imperio y la consolidación de un emperador, va a hacer posible que el Hijo de Dios nazca en la ciudad de David y, a la vez en condiciones que lo pongan lejos de la mirada y la atención de los otros, para permancer desapercibido a los planes humanos y sus expectativas, y solamente visible y perceptible a los disponibles a la sorpresa de Dios, a su anuncio, a su convocatoria.
En la Argentina, como ente social, vacía de voluntad, de esfuerzo, de tolerancia, de paciente siembra y germinación, es un niño que vivia en la calle, el que ordena y direcciona la atención y los valores en semejante desconcierto cotidiano en el que viven muchos, y lo hace por terminar en tiempo y forma su escuela primaria, un niño “lleno de celo en la práctica del bien” de la propia educación. Y es un hombre pobre del interior con una familia a cuestas, el que sin apoyos extras, sin influencias, con su sólo empeño el que logra poner las cosas en su lugar, terminando su carrera de ingeniero. Las soluciones a semejante tensión y su consavido desorden y cansancio en el que vivimos, vienen desde donde no teníamos puesta la mirada y el interés. De golpe con estos dos ejemplos palpables, espiertan y se enrolan a miles en la fila de los que se llenan “de celo en la práctica del bien.”
Y entonces la adversidad y la convicción, vienen a ser extraordinarias aliadas para que salgamos del enredo de la comodidad y las explicaciones infinitas. Luz y acción, son capaces de demoler el enredo de justificaciones que nos maldicen cada día. Porque nos hace mucho mal comprar lo que no necesitamos y no podemos pagar. ¡Vivan las ilusiones, abajo los ilusionismos!
En el corazón de esta Navidad, arde la posibilidad de estar “lleno de celo en la práctica del bien.” El corazón del Padre Dios está lleno hasta revalsar por este celo por el bien, por lo que es bueno y hace bien, de manera inclaudiclable, apasionada y silenciosamente. Y encuenra su compañero en el Hijo, que se apasiona por ese bien hasta hacerse uno de nosotros.
“El pueblo que caminaba en las tinieblas, de sus obtinaciones, cegueras y intereses mezquinos, ha visto una gran luz, en un Dios que se manifiesta en los pobres con ideales intactos; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad, del consumismo, de la vanidad y la mentira, ha brillado una luz, de un Dios que se manifiesta en los humildes que no buscan la comodidad, el camino fácil, o la imposición.”
Hay una parte de los guiones de los pesebres vivientes de Navidad, que nos han hecho mucho mal, es esa parte en la que José y María golpean puertas de gente que no los reciben y ellos se van apesadumbrados al pesebre. Nada más lejos de la realidad, que poner en el corazón de la Navidad de José y María pesadumbre y amargura, resignación y un sesgo de reproche silenciado. La verdad del texto original es implacable y una gran enseñanaza: “…María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos.” Simplemente no había lugar en el hospedaje para dar a luz, y nada mejor que un pesebre donde se goza del calor de los animales, que han sido la calefacción de los pobres por siglos.
José y María en esta Navidad nos devuelven el corazón libre para vivir la adversidad y seguir haciendo la historia de Dios según Dios y no según los hombres.
En la Navidad del Hijo de Dios, los hijos de Dios, tomamos nuestras oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades, para ir hacia delante en la historia. Donde la sosobra y la convicción convivan amigablemente, sin destruirse la una a la otra para ir por el plan de Dios. Donde la adversidad y la oportunidad no nos tiñan de la ideología del derrotismo o el exitismo.
La Navidad nos muestra la vida sin ambigüedades, en la desición de un Dios y sus amigos, por ir en la vida levantándose en medio de la noche, para ver primero que nadie el amanecer de un nuevo día por descubrir, por aprender, por vivir con lo que se es y se tiene.
La Navidad es un día en que las fuerzas de Dios y las de los hombres confluyen, para que en medio de la vida misma, sea un tiempo y un lugar “para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y salvador, Cristo Jesús.”
En Navidad Dios no nos pide soluciones, se hace la solución, la resolución.
En Navidad Dios no nos pide que estemos bien, se hace nuestro Bien, no impulsa a hacer el bien.
En Navidad Dios no nos pide que estemos satisfechos, se hace nuestra satisfacción y saciedad gratuita.
“¡Canten al Señor un canto nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su nombre!
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”.

¡Que tengamos una Feliz Navidad de la ejemplaridad del Hijo de Dios y sus amigos!


P. Sergio-Pablo Beliera

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