En este 4º Domingo de Adviento,
en todas las lecturas aparecen conceptos que se refieren a la condición
corporal, encarnada, de la venida del Salvador.
Es interesante esta perspectiva corporal, frente a lo que esa realidad corporal a devenido en el presente en la cultural actual en la que vivimos inmersos, y la que estamos llamados a Anunciar la Buena Noticia de la Encarnación y Nacimiento corporal de nuestro Dios, algo que de por sí parece inaceptable.
Es interesante esta perspectiva corporal, frente a lo que esa realidad corporal a devenido en el presente en la cultural actual en la que vivimos inmersos, y la que estamos llamados a Anunciar la Buena Noticia de la Encarnación y Nacimiento corporal de nuestro Dios, algo que de por sí parece inaceptable.
Veamos esas citas:
«…el momento en que dé a luz la
que debe ser madre…»,
«...me has dado un cuerpo... en
virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de
Jesucristo, hecha de una vez para siempre.»
«... el niño saltó de alegría
en su vientre...»
«¡Tú eres bendita entre todas
las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!»
En el Misterio de la Salvación, manifestado en la
Historia de la Salvación, la realidad corporal queda consagrada como un medio
útil y necesario para la liberación de todo lo que ata y esclaviza a la
humanidad. No es el cuerpo el que esclaviza al hombre sino el pecado, la
libertad degenerada en mal. «...me has dado un cuerpo... » es la
confesión de fe frente a un don, un gran don.
Esa carne débil, ese cuerpo vulnerable, es la ofrenda que
María primero, y Jesús después van a poner a disposición de Dios para su
Espíritu Santo realice su obra. Es en ese cuerpo pneumatizado en donde Dios
hace Misericordia a sus hijos.
Es un cuerpo ofrecido como mediación de una nueva vida,
como comunicador de una nueva vida. Es así un cuerpo reconciliador, unificador,
‘misericordiado’.
La dimensión corporal del hombre tan vapuleada y
menospreciada, es aceptada y asumida por Dios, como ofrenda válida, digna, y
eficaz. Como dice la carta a los hebreos: «quedamos
santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo».
El exhibicionismo corporal que vivimos hoy, está muy
lejos de brindarle a ese cuerpo el lugar que se merece. La humanidad
contemporánea cree que le ha dado al cuerpo el lugar relegado que supuestamente
tenía. Hay mucha presunción en todo eso. Presumimos de una inocencia e
indiferencia que no tenemos, porque no es el cuerpo donde recae el dominio del
cuerpo sino en la inteligencia, la voluntad y la libertad.
¿Es mi cuerpo una ofrenda
para que Dios realice su obra?
¿Está mi cuerpo liberado
para el Espíritu Santo?
¿Soy un cuerpo para que
Dios venga al mundo?
Tanto María como Jesús pusieron su cuerpo a disposición
de Dios. Liberaron su cuerpo para que reaccione a los impulsos del Espíritu
Santo. No fueron esclavos de su cuerpo, ni esclavizaron el cuerpo de los demás,
no se sirvieron de ellos para sus deseos. deja de ser la parte complementaria
del alma.
Un cuerpo no es libre porque se satisfaga en todos sus
exigencias instintivas o sus deseos del momento. El cuerpo puede estar
desatendido e incomprendido, por sobre-atención o mala-atención. El cuerpo se
vuelve un obstáculo para el hombre cuando el hombre se vuelve sobre él y lo
convierte el foco de su atención. Pero se vuelve un tesoro viendo el hombre
ofrece su cuerpo para una obra del Espíritu, eso le pasa por ejemplo a los
esposos, a las madres, y a tantos que le ponen el cuerpo a la vida.
Una espiritualidad sin cuerpo es una espiritualidad
vacía, que se escapa como el agua entre los dedos de la mano. Necesitamos
recuperar nuestro cuerpo para la obra del Espíritu y por lo tanto como un don,
como un vientre donde Dios pueda saltar de alegría y nacer para dar vida a la
vida de nuestra humanidad herida por dualismos que consagran al cuerpo y
desatienden el alma, o consagran el alma y desprecian el cuerpo; o uniformismos
que sólo se consagran al culto de un cuerpo despojado de su condición de
ofrenda a ser habitado por el Espíritu de la Vida y la Santificación.
«¡Tú eres bendita entre todas
las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!», es un saludo que cada uno de nosotros hoy
debería poder recibir, como fruto de haber recibido un cuerpo para que el Señor
tomo cuerpo en él y de vida bendita para sí mismo y para la humanidad
necesitada de creyentes que ofrezcan su cuerpo como «hostias vivas».
Recibimos hoy el Cuerpo de Cristo, para hacernos Cuerpo
de Cristo, Cuerpo con Él, Cuerpo con su Iglesia, Cuerpo con la humanidad que
saluda a María imagen viva de esta obra: «¡Tú eres
bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!»
P. Sergio-Pablo Beliera
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