martes, 14 de diciembre de 2010

Homilía Domingo 3° de Adviento, Ciclo A, 12 de diciembre de 2010


Homilía Domingo 3° de Adviento, Ciclo A, 12 de diciembre de 2010

No puedo negarles que alguna vez me he preguntado: ¿qué me atrae de mi fe? Otras tantas le he preguntado a personas que fui conociendo en la vida y que no tenían fe: ¿qué te atraería del cristianismo? o ¿qué te parece más importante y significativo de Jesús? La respuesta pareciera converger en que lo más importante de nuestra fe, lo más significativo de Jesús, es la Caridad. Es ese Amor multifacético y universal que está en el fondo de todo y en la cima de todo.
Así lo fue para el mismo Jesús cuando fue interrogado por los mensajeros del gran hombre de la espera, Juan Bautista. La respuesta de Jesús en contundente y le deja al que la escucha la aceptación o rechazo de la misma: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!" Es simple e inobjetable. Me rindo ante esta respuesta. Tan concreta, tan inconfundible. Un Amor concreto frente a situaciones de dolor concretos. Cautiva este Jesús, que propone ayudándonos a pasar de su lado, de la promesa al cumplimiento, de la espera a la concreción. Todos deberíamos hacer lo imposible para que Jesús con su Amor único sea para cada uno de nosotros un cambio radical de un amor con minúscula a un Amor con mayúscula. Que tanto Amor no sea para nosotros motivo de experimentarnos a distancia de esta opción, sino todo lo contrario, lanzarnos apasionadamente a un camino que nos supera en la imaginación pero que está a nuestro alcance si nos hacemos uno con Él, si no hacemos de los suyos, si elegimos lo que Él elige.
Quiero entrar en la escuela de Jesús para aprender a tener estos mismos gestos y ser un milagro de amor para mis hermanos más sufridos y olvidados. Alguien ha dicho alguna vez que, “la vida es sufrimiento”, y es verdad que un poco más un poco menos, no hay humano que no sufra. Y por lo tanto no hay persona que no merezca que lo toquemos con el Amor divino de Jesús desde nosotros. Y si la “belleza salvará al mundo”, no hay mayor belleza que los cristianos amando como Dios ama en Jesús. Ni el esplendor de la naturaleza, ni la magnificencia de la mayor obra humana, puede compararse con la grandeza infinita de una vida transformada por la Caridad de Dios envolviendo a un mismo tiempo a quien da y quien recibe confundiéndolos a tal punto que ya no se sabe quien da y quien recibe. Jesús ha sido el primero en mostrarse como un necesitado, como uno más que no tiene, que no puede y que acepta de los demás lo que estos tengan para darle. Desde su nacimiento a su muerte ha sido un pobre, un doliente al que Dios Padre consuela con su Amor. Si me uno a este Jesús, entonces si todos podremos experimentar: “Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: "¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!” Todos somos motivo de ser amados como Dios Ama. Amor concreto sobre situación concreta.
Pienso que cuando los que dudan en la fe, los que vacilan o los que directamente no la tienen, cuando ven estos signos en nosotros podrán ellos ser los que como dice el profeta Isaías: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo” La ceguera que no deja ver la fe, la sordera de los que no pueden oír la fe, la parálisis de los que no pueden andar la fe, dejará de existir frente a la Caridad de Dios en nosotros. No creo que los hombres y mujeres de hoy puedan creer de verdad otra vez, si no reciben de los que creemos la misma respuesta de Jesús.
La respuesta de Jesús es la de un hombre que ama con el Amor de Dios, con todo su ser, levantándose cada día para vivir hasta el extremo esa Caridad, sin la seguridad de medios y sin elegir quien necesitará de Él. Nosotros estamos invitados a entrar en esta experiencia de Jesús en nosotros dejándonos en primer lugar amar por el Amor único de Jesús, y en segundo lugar dándonos a los demás con el mismo Amor de Jesús. Sin poder refugiarnos en la seguridad de una obra de caridad o en un tiempo o función de caridad, sino teniendo que abrazar una existencia de Caridad, sin importar cuan necesitado estoy yo o no de Caridad. Al contrario queriendo saciar el hambre de Amor y la sed de Caridad de nuestro mundo desde nuestra propia indigencia que tiene diversas manifestaciones. “Amor con Amor se paga”

P. Sergio Pablo Beliera

Homilía Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Ciclo A, 8 de diciembre de 2010


Homilía Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, Ciclo A, 8 de diciembre de 2010
Celebrar la Inmaculada Concepción en el contexto contemporáneo puede darnos algunas pistas interesantes como desafíos a nuestra experiencia de la fe.
En primer lugar porque hoy como hace dos mil años somos un pequeño número de creyentes que nos hemos reunido a celebrar un gran Misterio. Si miramos nuestro contexto no podemos dejar de reconocer nuestra pequeñez y hasta diría insignificancia numérica y de poder. También el desafío de cómo comunicar en palabras y gestos un Misterio tan hondo. Como María, no somos nada relevante para nadie en nuestra fe en este tiempo. Pasamos desapercibidos para tantos y para tantos lo que hacemos no tiene ningún valor. Eso mismo, nos ofrecer la extraordinaria oportunidad de darle un valor en sí misma a la experiencia de la fe, lejos de toda tentación de exposición de poder, de prestigio o adulación. Lejos de ser un problema, es una oportunidad de darle valor a la experiencia de la fe en sí misma, lejos de todo elemento distorcivo.
Por otro lado, lo que hoy celebramos es la fuerza del hacer de Dios. Dios que hace sin que el hombre lo perciba, pero que hace y hace en serio. Todo lo que sucede tiene una trama oculta que antecede al acontecimiento que vemos y vivimos. Esa trama es fundamental, porque es la que permite que las cosas se den de tal o cual forma. Todo lo que me rodea se va impregnando en mí, por eso debo ser tan cuidadoso de brindarme a mi mismo enmarco adecuado para que lo que me llegue sea acorde con lo que verdaderamente soy y deseo que suceda en mí. Toda María es hecha hoy pura por la mano de Dios, para ser la Madre de Jesús, el Salvador. María experimentará ese hacer todo de Dios, esa iniciativa de Dios, ese hacer solo Dios en ella. Cuando se le anuncie que será madre, no por obra del hombre sino por obra de Dios, tomará conciencia que hay algo ya hecho por Dios en ella que le permite ser lo que es y enfrentar ese acontecimiento como lo está enfrentando. Para nuestro mundo semejante mensaje en un shock muy fuerte, directo a las entrañas de nuestro ego personal y social. Nuestro mundo contemporáneo no soporta este mensaje, lo siente intolerable e inaceptable… ¡Cómo puede suceder algo en lo que el hombre no sea protagonista absoluto! ¡Es imposible!
Como en la experiencia de la liberación de la esclavitud egipcia, María es invitada a dejar que el poder de Dios la cubra con sombra, y dejar que sea engendrado en ella lo que es Santo y que solo puede provenir de Dios. Solo Dios puede proveernos de Libertad, solo Dios puede proveernos de Justicia, solo Dios puede proveernos de Vida.
Así como María, como nosotros hoy, estamos invitados a darle relevancia a la preparación oculta y silenciosa que precede a todo lo que es verdaderamente importante. Solo una buena preparación puede proveernos de lo que necesitamos. Dios prepara a las personas para su vocación y su misión, las provee de lo que necesitan, ser plenamente disponibles para que Él haga antes y nosotros hagamos después de Él, es fundamental. Obra sobre obra, por decirlo de alguna manera. ¡Y como nos cuesta este mensaje! A pesar que nos preparamos años y años en la escuela, en la universidad, cuando se habla de la fe, no tenemos el mismo criterio, no le damos la misma importancia y disposición a la preparación que precede a la acción de la fe. Como María estamos invitados a revalorizar y darle lugar a la preparación para que Dios pueda obrar en nosotros. Nuestra fe necesita una pureza extrema en este tiempo. Pureza que procede de la no interferencia de elementos extraños a nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Es la pureza de un vínculo estrecho y pleno con Dios, un vínculo intenso y expansivo, un vínculo duradero y demarcante.
Por último hay que destacar que el mundo que nos rodea y no cree como nosotros nos necesita a nosotros bien preparados y enteramente disponibles al obrar de Dios. Como Isabel es un signo para María, así nosotros por la fecundidad y la fertilidad del llamado y el hacer de Dios en nosotros, seremos un signo creíble para el mundo. Si nosotros, como María, le damos enteramente lugar a Dios en nuestras vidas, si su plan es nuestro plan, entonces los demás aceptarán el realismo y la honestidad de nuestro vínculo con Dios.

P. Sergio Pablo Beliera

Homilía Domingo 1º de Adviento, Ciclo A, 28 de noviembre de 2010


Homilía Domingo 1º de Adviento, Ciclo A, 28 de noviembre de 2010
Estos días pensaba en la tarea de tantos, de la dedicación de tantas vidas en engrandecer a otros. En esa personas que creen que la grandeza de sus vidas es extraer grandeza de los demás, es inspirarlos de grandeza, instruirlos en cosas grandes, mayúsculas. Cuantas vidas ocultas para dedicarse por entero de los otros y no de sí mismos. Pensaba que si esas personas existen en mi vida y tu vida, como no considerar a Dios en la cúspide de esta actitud, de esta actividad. Me duele el pecho cuando me topo con personas que experimentan o creen que Dios los empobrece, los condiciona, los limita, los achica… No conozco ese Dios, no puedo creer en ese Dios… El Dios de mis padres, el Dios de mi Iglesia, el Dios de mi Jesús, no es ese sino el que engrandece, aumenta y expande…
Dios prepara, Dios avisa, Dios propone, se preocupa porque estemos preparados. El es muy bueno y por eso quiere vernos en buen estado. No quiere agarrarnos infraganti, no le gusta decirnos “te pesqué” al contrario nos revela el camino para encontrarnos con Él. “¡Vivan seguros los que te aman!” dice hoy el salmista. Lo que son amados por Dios, los que aman el obrar de Dios, lo que aman a Dios viven la experiencia de la seguridad, porque pase lo que pase ya estamos en casa, estamos en su amor, ese nuestro hogar. Estamos seguros porque Él nos tiene y es así como nosotros lo tenemos a Él. Él con su amor nos prepara para lo bueno, Él con su amor nos avisa el camino del bien, Él nos propone elegir vivir en su Casa, Él se preocupa para que nadie perfore la paredes de nuestra Casa, Él nos despierta para recibirlo y gozar de su compañía.
Esta preparación nos afianza, nos eleva, congrega, instruye, encamina, forja, pacifica, ilumina.
Nos afianza en cimientos sólidos de los más altos valores. Afianza nuestra existencia poniéndose él mismo como garante de nuestras necesidades, Él mismo con su propia existencia paga por nosotros. Nos afianza porque nos afirma y devuelve la seguridad con su entrega por amor a nosotros cuando nosotros no lo conocíamos. Nos afianza por nos apoya y nos sostiene con su Palabra de Vida y su Pan de Vida, con Agua Viva calma nuestra sed. Nos afianza tomándonos de la mano con sus propias manos creadoras, crucificadas y resucitadas y nos consolida en nuestra condición de hijos amados.
Nos eleva moviéndonos hacia las cosas de arriba que son Él mismo: ser, unidad, verdad, bondad. Nos eleva impulsándonos hacia cosas altas tan altas como el amor que lo hace descender hasta nosotros y lo eleva en la cruz hacia el amor del Padre, y nos permite esforzarnos en eso mismo dándonos vigor con su Persona en nuestra persona. Nos eleva colocándonos en el mejor lugar que podemos tener que es amar como Él nos ama.
Nos congrega en torno a sí, nada más y nada menos que en torno a sí, para que permanezcamos cerca de la fuente de todo que son las Palabras de Jesús y su Cuerpo Eucarístico.
Nos instruye con las Palabras y los gestos de Jesús que son la manifestación viva del querer de Dios y del anhelo profundo del hombre. Él nos instruirá en sus caminos y caminaremos por sus sendas”.
Nos encamina en el seguimiento de su Hijo Amado, enviado para ser Camino, para ser seguido en la peregrinación hacia la Casa del Señor. ¡Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del Señor!"
Nos forja con la perseverancia, con la constancia, con la pobreza, con la providencia, con la sencillez, la sobriedad de vida, la generosidad que se antepone a mi propia necesidad.
Nos pacifica porque nos da todo por anticipado y gratuitamente, no teniendo que luchar por ningún bien contra mi hermano, haciendo de nuestros enemigos amigos en el perdón sin límites. Por amor a mis hermanos y amigos, diré: "La paz esté contigo". Por amor a la casa del Señor, nuestro Dios, buscaré tu felicidad”
Nos ilumina enviándonos a la mismísima Luz que es Jesús, que ilumina nuestras inteligencias, nuestra voluntad, nuestra libertad para pensar, querer y hacer Su Voluntad. “¡… caminemos a la luz del Señor!”
“…revístanse del Señor Jesucristo” porque solo en amor que busca hacerse semejante a Él en todo encontramos nuestra verdadera grandeza y plenitud. Ser como el Hijo Amado en un deber de amor de los que quieren ser hijos amados. Hacernos tan parecidos como podamos a Jesús que viene, es el genuino deseo de quien ama a quien viene porque nos ama.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 5 de diciembre de 2010

Homilía 2° domingo de Adviento, Ciclo A, 5 de diciembre de 2010


El hombre contemporáneo imagina en la literatura y el cine la catástrofe final que destruirá la humanidad o por lo pronto la pondrá al límite de la subsistencia. Una prolífica prosa y filmografía alimentan año a año el temor de un eminente y atroz final.
En la lógica del mercado tendríamos que suponer que lo que se brinda es porque es demandado por un consumidor que está ávido de este producto, de este mensaje. Y es verdad que uno escucha a diario mensajeros de catástrofes y constructores de paraísos, en una combinación maniquea de lo peor y lo mejor por igual. Pesimismo e idealismo conviviendo en un mismo ambiente, en un contrapunto continuo. Somos lo peor y lo mejor con poca lógica y mucha imaginación.
Lo que el hombre no sabe vislumbrar con equidad y realismo, es lo que Dios mismo quiere ayudarnos a ver, a esperar, a recibir, a aceptar… la venida ya del mundo nuevo. La Palabra de Dios de este segundo domingo de Adviento, nos invita a animarnos a reconocer la necesidad de un cambio radical, pero sobre todo a disponernos y trabajar en el hoy en una novedad que ya nos está invadiendo con su presencia silenciosa y oculta, es simplemente “un retoño”, sencillamente “está cerca”, con una proximidad tal que se nos vuelve imperceptible, pero trae en sí una gran promesa “sobre él reposará el espíritu del Señor…” porque “Él los bautizará en el Espíritu Santo…”.
Para Dios el final implica en sí mismo la venida de una novedad definitiva e inimaginable que afecta todo el orden conocido: “El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá; la vaca y la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y en la cueva de la víbora meterá la mano el niño apenas destetado.” Pensemos esto en el orden personal siendo cada uno de estos personajes conviviendo en nuestro interior. Pensemos esto en clave familiar y comunitario, donde la presencia de Dios hace posible que no haya daño ni estrago en la convivencia familiar y social. Y si por algún motivo se nos ocurre pensar que es utópico o imposible, escuchen lo que Dios nos dice: “Todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo…”
Si la novedad es imposible o inimaginable, la promesa de Dios carece de verosimilitud y realismo. Y esto no es así, lo imposible se hace posible en Jesús, lo inimaginable se hace visible en Jesús. La promesa se ha cumplido y permanece vigente, actuante, viviente en su Palabra, en la Eucaristía, en la Caridad.
Los creyentes cristianos del tercer milenio, ¿estamos construyendo el proyecto de Dios o hemos renunciado a Él?
Dios espera que seamos retoño para este tiempo. Dios espera que sobre nosotros repose el Espíritu de su Hijo Jesús. Dios espera que en nosotros se encarnen los sentimientos de Cristo el Señor. Dios espera que seamos entrega y ofrenda de Espíritu. Dios espera que seamos sembradores de un cambio que ya ha comenzado y que no puede ser detenido ni ocultado. Dios espera que seamos cercanía y proximidad de su Reino para este tiempo. Dios espera que todo rincón sea un lugar de realización de su proyecto para que “en sus días florezca la justicia y abunde la paz, mientras dure la luna; que domine de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra…” Porque Él mismo “librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado. Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes” Todo lo ha hecho en su Hijo Amado Jesús y lo ha hecho en nosotros, ahora nosotros tenemos que dejar que eso mismo sea nuestra realización de novedad para este tiempo. Y la Eucaristía, que es Palabra hecha carne en Jesús, es nuestro lugar de la gran experiencia de entrar en Comunión de Amor con esta novedad. En ella, está contenida toda la novedad más absoluta y definitiva. Haciéndonos uno con Jesús Eucaristía es estar definitivamente ya en el Reino de Dios.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 21 de noviembre de 2010

Homilía Domingo Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, ciclo C, 21 de noviembre de 2010


Si hay algo que siempre es sorprendente es la forma en que las personas usamos el poder cuando cae en nuestras manos. Nunca es lo mismo cuando fantaseamos con tener el control que cuando realmente lo tenemos en nuestras manos. Personas que se preparan férreamente para ejercer el poder, los vemos tener serias dificultades para manejarse luego con el. Eso que pasa en el macro mundo de la política y los negocios, no deja de sorprendernos en el micro mundo de una familia o un grupo de amigos. Y ni que penar en el micro mundo que somos cada uno de nosotros para nosotros mismos. Nuestra voluntad se resiste a hacer lo que le dicta la inteligencia, la inteligencia se resiste a descender a moldear nuestros afectos, nuestros afectos no quieren ceder el control que ejercen sobre nuestras decisiones… y así con cada aspecto de nuestra persona, hasta llegar a la gran desafío de unificarnos tras la influencia de nuestro espíritu que anhela la unidad de Dios.
Jesús que a lo largo de su existencia ha rechazado toda posición de poder y hasta ha huido de quienes querían hacerlo rey según los modelos existentes en el mundo, hoy, en el lugar menos pensado, la cruz, en estado de agonía e impotencia, ejerce esa autoridad "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". Sorprendente, inmensamente sorprendente donde, desde donde, cuando y como, Jesús, elije usar todo su poder: en primer lugar no para sí, sino para abrir el paraíso para alguien que esa posibilidad le era inalcanzable, y en segundo lugar la confianza ciega de entrar en su reino a pesar de la situación presente que vive, y en tercer lugar, hacerse cargo de ser Él la compañía en ese paraíso, dice “conmigo”, elije como compañía a alguien inesperado y sorprendente. Así, en su mayor acto de amor, Jesús sigue sorprendiendo, porque sigue amando, abriendo nuevas posibilidades de amor. Ese el su reinado, ese es su poder, el de amar sin límites, el de nunca llegar al final, sino siempre estar abriendo una nueva página de amor para alguien, sea quien sea… Jesús es el impotente que ama potentemente para abrir la puerta, la puerta definitiva, la de sabernos amados más allá de nosotros mismos.
Las palabras de Pablo suenan hoy muy iluminadoras, porque continúan la acción sorprendente de Jesús: “nos hizo entrar en el reino de su Hijo muy querido”. ¿En qué consiste ese reino del Hijo amado?:
- un reino de libertad para relacionarnos con las personas y las cosas como Jesús. Es la libertad de amar sin obstáculos poniendo cada persona en su verdadera dimensión y a cada cosa al servicio de nuestra libertad, lejos de toda esclavitud o indigna sumisión.
- un reino de amistad con Dios que nos da la posibilidad de amar como Él nos ama. Donde las relaciones con Dios se ven restablecidas para siempre, donde el hombre amado puede corresponder en su pobreza con amor al amor. Y donde cada persona es una oportunidad de más amor para mí y para ella.
Por eso podemos decir: “Él es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. Él es el Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él tuviera la primacía en todo, porque Dios quiso que en él residiera toda la plenitud” Al entrar en la Iglesia tenemos los medios necesarios para vivir en el reino, que es hacer que Jesús lo sea todo en nosotros, que Él sea la plenitud, o sea la totalidad frente a nuestra parcialidad, la integridad frente a nuestra fragilidad, el culmen frente a nuestra ocaso. Sus palabras plenifican porque hablan de la vida desde la trama profunda de la vida misma. Sus gestos plenifican porque ponen lo divino en contacto directo con lo humano. Sus acciones plenifican haciendo todo su hacer hacer de Dios en nosotros. Su persona plenifica porque en Él reside todo lo que anhelamos y se encuentra realizado todo lo que buscamos. Por eso quien se deja llevar por sus palabras es plenificado. Quien se deja llenar por su Cuerpo y su Sangre alcanza su saciedad. Quien contempla su Cuerpo suspendido en la Eucaristía se va haciendo semejante a la puerta del Cielo. Oremos incesantemente: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Es así como se cumple en nosotros y para nosotros su promesa: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".

P. Sergio Pablo Beliera

jueves, 18 de noviembre de 2010

Homilía 33º domingo durante el año, ciclo C, 14 de noviembre de 2010


Homilía 33º domingo durante el año, ciclo C, 14 de noviembre de 2010
Una de las experiencias de la vida más difíciles de afrontar es la de tener que darle a alguien una noticia dolorosa infundiéndole confianza y esperanza.
En general muchos ante esta situación optan por el silencio o la huída. Baste pensar en las situaciones que tenemos que enfrentar frente a una enfermedad grave, la ausencia definitiva de una persona, una ruptura matrimonial, un cambio sustancial en el estilo en vida por una carencia laboral o económica.
Me gusta este Jesús que nos da el verdadero motivo y sentido de un dolor: “dar testimonio de mi”. El dolor, el sufrimiento, esconde un motivo desconocido para nosotros y que nos excede a nosotros: dar a conocer, manifestar el amor a Jesús…
El testimonio no es una de las expresiones que más nos fascinen, pero sin embargo es el más eficaz para comprender la relevancia de algo. Ya que el testimonio se refiere a la propia vida, esto es a las convicciones internas y a su desarrollo en nosotros. Jesús, pone su confianza en que nos volvamos convincentes para los demás, lo cual requiere serlo para mí mismo. Jesús confía solo en el desarrollo de esa convicción de raíz que nos hace exponernos frente a los demás y dar la cara.
Sin ese testimonio de Jesús, nuestro cristianismo se vuelve una religión sin Dios y una religión sin rostro. Sería volver a la religión del ídolo renunciando a la religión de la revelación, de la manifestación, de la iniciativa divina gratuita y amoroso. No podemos renunciar al salto que Jesús pegó, el de una relación con el Padre, con un Padre, que no es un ídolo sino la manifestación viva de la fuente y origen de todo lo que existe y de todo lo que soy.
El testimonio tiene que mantener la vigencia de ser fuente de encuentro de nosotros con la persona viva de Jesús y de la manifestación de esa vida en común para los demás.
Pero esa convicción que requiere el testimonio, no es una convicción que  se manifiesta a nivel racional únicamente, es una manifestación del vínculo de amor recíproco que tenemos con Jesús. “… para ustedes, los que temen mi nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos.” El amor se vuelve brillo, luz, vínculo, irradiación de sanidad… Porque nos sostiene un amor más grande del que damos testimonio con la propia vida y en todas las dimensiones de la vida, no solo con la palabra
Jesús nos promete que desde los cataclismo cósmicos a los sociales y hasta los familiares, no podrán hacernos ningún daño si son vividos “a causa de mi nombre”, según su expresión. Nuestro sostén, es Él, el vínculo que nos une a Él, la fuerza de esa relación que es capaz de ser más fuerte que todo.
La delicadeza de amor de Jesús llega a lograr que “ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza”. Nada es más importante que nuestro vínculo de amor mutuo con Jesús. Por eso, todo acontecimiento termina siendo una oportunidad para que Él exprese en nosotros que su compromiso es tan radical y absoluto que se ocupará personalmente de nosotros.
Esto se expresa en nosotros a través de la constancia: “Gracias a la constancia salvarán sus vidas”. Ya que la constancia frente a la dificultad es la manifestación concreta de la confianza y la esperanza depositada en la persona de Jesús. El constante permanece serenamente y en tensión anclado a la convicción de que Aquel que lo ama, no lo abandonará ni lo dejará solo, como sus sentidos le hacen experimentar respecto de otros y de las circunstancias adversas. Jesús con su amor hacia nosotros prevalecerá como el amor del Padre prevaleció en Jesús frente a lo más desolador de las experiencias humanas. a fin de cuentas quien es constante ya no se experimenta como solo, sino como amado acompañado, sostenido y fortalecido por la misma palabra, sentimiento, pensamiento, voluntad y fortaleza de Aquel en quien ha depositado su confianza. Tomarse de otros y de otras cosas es abandonar a Dios en su promesa y entonces si, quedarnos radicalmente solos frente a lo peor.
Demos alegremente sea cual sean las circunstancias lo que se nos ha pedido como fruto de toda experiencia adversa: “dar testimonio de mi”, como nos pide Jesús.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 7 de noviembre de 2010

Homilía 32º domingo durante el año, Ciclo C, 7 de noviembre de 2010

Quisiera invitarlos a considerar cuales son nuestras perspectivas de futuro: ¿Qué espero para el futuro? ¿Qué espero del futuro? ¿Qué espero en el futuro?
No se que espacio de reflexión ocupa el futuro en cada uno de ustedes, lo que si se, es que, esa es una reflexión necesaria de tener en cuenta en el presente de este presente. De alguna manera, podríamos decir que, nuestra perspectiva de futuro incide y define nuestro presente, porque lo que esperamos alcanzar nos hace comenzar hoy el camino hacia allí.
Hoy día, donde la vida se ha prolongado por efecto de la intervención del hombre en la ciencia; hoy día, donde todo el mundo económico y social está visto en perspectivas de futuro; hoy día, donde pareciera que al hombre le es posible soñar y construir su futuro con tanta facilidad; hoy día, no puede faltarnos esa perspectiva de futuro en el plano espiritual, en la dimensión religiosa de la vida.
Preguntarnos por cual es nuestro futuro espiritual, por cual es nuestra esperanza religiosa, es imprescindible para el presente creyente, ya que tiene una enorme incidencia sobre nuestras decisiones y elecciones presentes. Frente a esto, no hay que olvidarse que, al sentirnos tan dueños del futuro, los creyentes podemos poner entre paréntesis o anestesiar nuestras perspectivas de futuro, que a fin de cuentas, dependen de Dios mismo y no de nosotros.
Nuestro gran futuro, es la resurrección, así entendemos los cristianos la vida eterna. Resurrección que es una vida nueva, o sea, una vida con un ser renovado que comienza en el Bautismo, y con un estilo nuevo que se alimenta cotidianamente de la Palabra, la Eucaristía y la Caridad fraterna. Ahora, la resurrección futura, afecta nuestro estilo de vida aquí y ahora, no solo en el mañana. Esto quiere decir que, nuestras opciones deben estar marcadas por nuestra fe en la vida eterna y no solo por la contingencia del momento. Así podemos hacer nuestras las palabras de Pablo: Que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena” en el presente porque somos hijos de la resurrección.
Nuestra fe en la resurrección se desprende de dos experiencias: ser amados por el Padre y del don gratuito de una vida como la suya. Quien me ama, me ama para siempre porque es Amor y es Fiel. Quien me da Vida vive por siempre porque Él es la Vida.
De ahí que todos nuestros actos están llamados a ser una manifestación concreta se su bondad para con nosotros. Porque Él es bueno con nosotros, es que nosotros podemos elegir la bondad como un estilo de vida de resucitados. Pidamos pues incesantemente que: Que el Señor nos encamine hacia el amor de Dios y nos dé la perseverancia de Cristo”
Por último, dejemos nacer constantemente en nosotros un acto de fe que nos haga exclamar: todos…viven para él”. La vida no es un fin en sí mismo, sino la consecuencia de un Dios que Vive y que nos atrae hacia Él, hacia su vida. El mundo futuro tiene su centro de atención definitivamente en Dios, por quien, para quien y con quien estamos llamados a vivir. Consecuencia directa de esto es aprender a elegir cada día lo que permanece, lo perdurable, lo definitivo. Cuando escuchamos su Palabra, escuchamos la Palabra de Vida. Cuando celebramos, comulgamos y adoramos la Eucaristía, nos alimentamos del Pan de Vida y de la Bebida de Salvación. Cuando nos abrazamos a su Amor, haciéndonos uno con Él que nos amó hasta el extremo. Así aprendemos todos a vivir para él.
Así, el todos…viven para él” es una opción de hoy y siempre en el construir cotidiano, no es una expresión de deseo o la descripción sintética de un futuro ideal. Con nuestro recursos hagamos minuto a minuto un sincero y definido todos…viven para él” en nuestras vidas, en nuestros matrimonios, en nuestras familias, en nuestra comunidad, en nuestras amistades, en nuestra sociedad. todos…viven para él” por siempre.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 31 de octubre de 2010

Homilía 31º domingo durante el año, Ciclo C, 31 de octubre de 2010

Quisiera preguntarme con ustedes en voz alta: ¿Es la bondad una debilidad que nos expone a no ser tomados en serio? ¿Es el perdón una manifestación de impotencia que hace a los otros más fuertes en su maldad? ¿Es el amor incondicional una fragilidad que hace que los demás nos ridiculicen y no nos tomen en serio?
Estas y otras preguntas forman parte del cotidiano en el que nos debatimos en el plano familiar, comunitario y social. Algo así como si el amor incondicional, el perdón y la bondad estuvieran bajo sospecha de no crear en nosotros madurez, crecimiento, autoridad y responsabilidad. O como si el amor incondicional, el perdón y la bondad tomaran la forma estereotipada de un dejar hacer impotente sin capacidad de transformar las personas y la realidad.
Ahondemos un esbozo de respuesta: dice la Palabra, “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado.” Dios ama, porque Él es Amor, y actúa de acuerdo a su esencia, amar, amar, amar… Ama y por lo tanto da vida creándonos por amor. Si no nos amara no nos daría vida. Nuestra existencia, es la primera prueba manifiesta de la fuerza amorosamente creadora de Dios. Sin amor, no hay creación y si hay creación es porque hay amor. Todo ser que viene a la existencia es un ser amado. De ahí que cada uno de nosotros esta llamado a experimentar este amor creador de Dios que nos sostiene a cotidiano. “Tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas”, dice la Palabra. Así el amor entrañable de Dios es una manifestación de su fortaleza y autoridad, es la debilidad de su fortaleza. ¡Bendita bondad de Dios que nos da vida y nos hace volver a la vida!
Cuando soy permeable a semejante amor de Dios, me siento atraído a responderle con el mismo amor con que soy amado. Cambiando así, el amor a mí mismo por el amor de Dios a mí mismo opto por el mejor y mayor amor. Y me dejo llevar por la entrañable pedagogía de amor que me conduce paso a paso hacia mi maduración y crecimiento. Así, es que estoy dispuesto a escuchar la llamada de Jesús, que me ve en mi búsqueda de verlo, y mirándome Él a mí, me dice por mi nombre: “… baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. ¡Dichoso intercambio de miradas! Para recibir a Jesús debo bajar de mi punto de vista a su punto de vista para encontrarnos cara a cara, porque el Amor de los amores anda por el camino que lo trajo desde lo alto del cielo a la tierra, a confundirse entre los hombres para poder amarnos y atraernos hacia su Amor, en la medida de nuestras posibilidades. Y quien ha experimentado este semejante amor de semejante, siente la urgencia del amor, “baja pronto”… No hagas esperar al amor de Dios que quiere, en la Palabra y la Eucaristía, alojarse en tu casa, esto es: en tu pensamiento, en tu voluntad, en tu corazón, en tu alma, en tu fuerza, en tu vida, para que puedas amar como sos amado. “…bajó rápidamente y lo recibió con alegría” así debo bajar también yo… Alójate en mi casa Amado Señor, para que pueda amarte con gratitud y alegría “con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, con toda mi mente. Y al prójimo como Tú me haz amado”. Porque Tu no quieres visitarme sino que quieres alojarte, ser acogido de manera permanente como Huésped de bondad y misericordia. Yo pecador de pecadores, recibir al Amor y la Vida. ¡Gracia incomparable sobre toda gracias! “Ven Señor Jesús”…
Podríamos decir entonces, que la conversión es la manifestación primera del señorío de Dios sobre nuestra vida, que descubre la bondad que ha impreso en nuestro corazón y que permanece oculta a los ojos de los demás. La conversión es la primera resurrección que experimentamos ya que es nuestro verdadero crecimiento en el bien y rechazo del mal, que se despierta con el solo llamado y entrada del Señor en nuestra casa. Es nuestra maduración en Dios, por el obrar bondadoso de Jesús Palabra y Eucaristía, en nuestro interior. Maduración en el amor transformante de Dios, que nos transforma de simples hombres en Amor de Dios mismo, en Misericordia y Bondad pura, que crea una intimidad única e imborrable entre Amado y alma amada. Porque solo la Bondad, el Perdón y el Amor de Dios pueden cambiar y fortalecer el corazón del hombre hasta llevarlo a amar como es amado. "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido", dice Jesús de cada uno de nosotros cuando nos dejamos alcanzar por su invitación y lo recibimos en la Palabra y la Eucaristía.
Por lo cual, no es la dureza ni la simple blandura, la respuesta que necesitamos como hombres y mujeres, sino la manifestación de un Amor grande que no se detiene ante nada con tal de ganar por amor el corazón del otro. Y ahí está el sentido de la verdadera conversión, no en mi cambio, sino en ganar a mi hermano para el Amor de Dios, entonces soy alcanzado por el Amor que no se preocupa y ocupa primero de sí mismo sino del hermano. Como Jesús, que no mira a los prejuiciosos sino a los necesitados. Mírame Señor y hazme mirarte para mirar a los demás con tu amor, así sabré que haz entrado en mi casa y he distribuido generosamente lo que me haz dado, que he sido encontrado por el Gran Buscador, por el Explorador de corazones, por el Único que no se ha dado por vencido hasta encontrarme, hasta encontrarnos.

P. Sergio Pablo Beliera

viernes, 29 de octubre de 2010

HOMILÍA 30º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO C, 24 DE OCTUBRE DE 2010

“La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se consuela” Estas palabras conmueven hasta las entrañas. Basta imaginarse los millones de hombres y mujeres que suplican desde su humildad a cada instante y las millones de veces al día en que Dios vive esta experiencia conmovedora como pocas.
Asimismo, comprendo porque muchas veces mis oraciones no son escuchadas, simplemente no soy humilde, soy un orgulloso que suplica, soy un soberbio que pide, soy un egocéntrico que clama… Claro, así no funciona. Recordemos que no cualquiera es humilde, ya que la humildad se elige y se hace. Porque, no es humilde quien se con-forma consigo mismo como el hombre en su propio y pobre espejo; sino que es humilde quien se con-forma con Dios como el hombre que se mira en Dios y desde Dios. ¡Quien más humilde que Dios!, que hizo todo de la nada, que pasó desapercibido durante treinta años entre los hombres, que se hizo nada en la cruz, que permanece oculto en la Eucaristía, que se hace oír solo cuando lo dejamos hablarnos en su Palabra. ¡Tamaña humildad la de Dios!. San Benito en su regla monástica, habla doce grados de humildad, que expreso ahora con mis palabras:
1. La conciencia gozosa de Dios, presente siempre a los ojos de nuestra alma, y que nos mueve a guardar su mandamiento de amor. Es la admiración en la grandeza de Dios y la aceptación gozosa de nuestra pequeñez.
2. La disponibilidad y docilidad a la voluntad de Dios que nos ama. Una voluntad que pueda no parecerse en nada a la nuestra y que sea alegremente abrazada porque es voluntad del Dios bueno que nos ama.
3. La disponibilidad a quien nos pida algo por amor a Dios. No pensando que el principio de la acción es nuestro interés, nuestras ganas o entusiasmo, ni siquiera nuestra necesidad; sino la del otro, la de un bien mayor que nuestra medida y contorno, por amor a Dios mismo.
4. El sufrir con paciencia las situaciones difíciles sin quejarnos. Sabiendo de nuestra debilidad, pero también de la fortaleza que solo es capaz de infundir el sabernos sostenidos por el Dios bueno.
5. La aceptación y reconocimiento de las faltas íntimas, incluso las de pensamiento, ante quienes convivimos, fuera de la confesión sacramental. Apartándonos de ser una máscara para los demás, pidiendo la necesaria ayuda que es el perdón mutuo y la libertad de mostrarme falible.
6. Aceptar de corazón todas las privaciones y las tareas más humildes. Creyendo que lo que nos hace grandes es la grandeza del bien que hacemos, sin importarnos el sacrificio que es necesario.
7. Tenerse sinceramente y de corazón por el último de todos los hombres. Sin necesitar tanto reconocimiento externo, tanto aplauso y viendo en cada persona la bondad que supera a la nuestra y que nos hace agradecer por el otro.
8. El evitar la singularidad. Ese continuo y frenético querer ser únicos, originales en todo. Aceptando ser igual, hermano, compañero de camino de tantos y tantos como yo.
9. El silencio, y el no intervenir, si no somos consultados. dejando que los otros nos den nuestro lugar y no estando en tensión continua de buscarla nosotros. Queriendo ser alguien para los demás sino puro amor.
10. La sencillez en el reír. Pensando que la alegría más valiosa no es la estridente y vistosa sino el gozo profundo de sabernos amados por Dios y ser hermano de todos.
11. La simpleza en el hablar. No pretendiendo ser siempre en que tiene la primera y la última palabra, la más ingeniosa o inteligente, la razón; sino gozar que Dios sea la Palabra definitiva y rectora de todos nosotros.
12. La modestia en nuestra manifestación exterior: el caminar, el sentarnos, el mirar. No buscando ser vistos y llamando la atención por nuestras formas, sino por nuestro ser profundo.
A esta altura podemos preguntarnos: ¿Queremos traspasar el cielo con nuestra oración? Pues centrémonos en la tarea de la humildad. Ya que la oración que Dios puede escuchar es la súplica del humilde, desprovista de orgullo y soberbia, esmerémonos en la humildad sin límites. No retrasemos la tarea diaria de la humildad.
Dice el Evangelio: “… el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!".” La coherencia entre como vivimos y como oramos es un signo vital que Dios no pasa por alto. El nos mueve a ello y los demás necesitan de esto en nosotros. El mundo solo podrá ser mejorado por los humildes, no hay grandes proyectos que puedan transformar los corazones que no sea desde la humildad. Nuestra ciudad suplica nuestra humildad, nuestro despojo, nuestro desprendimiento de nosotros mismos, nuestro abrazarnos gozosamente a la voluntad de un Dios bueno que se conmueve ante la humildad y no ante los logros y los éxitos. Un Dios que rechaza el rating y ama a la persona en sí misma y por sí misma. Solo el que es humilde reza con humildad. No es cuestión de sentirnos, querer o pensarnos humildes, sino el ser humilde, como el pobre es pobre, la viuda es viuda, el huérfano es huérfano y el pecador es pecador y no hace de tal o como si. Y todos somos pobres porque nada tenemos que nos pertenezca verdaderamente sin Dios; todos somos viudas porque nuestro Esposo Jesús el Señor se a entregado por Amor y nuestra otra parte nos falta hasta que nos encontremos en el Cielo; todos somos huérfanos hasta reencontrarnos con nuestro Padre aquí cada día y en el Cielo; todos somos pecadores necesitados de la Misericordia de Dios que El ofrece humildemente a quien quiera recibirla.
Quien quiera adelantar en el camino de Jesús esta invitado a elegir la humildad. Quien quiera ir hacia arriba esta invitado a descender a la humildad. En la oración se notará si lo estamos siendo y la Jesús Eucaristía y María serán nuestra inspiración.

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 29 de agosto de 2010

Homilía 22º domingo durante el año, Ciclo C, 29 de agosto de 2010

Uno puede preguntarse si habrá un momento de la vida en el que un “No” rotundo a las propias conveniencias humanas, no sea necesario e imprescindible. Po lo pronto digamos que, es difícil imaginar una experiencia humana, que no requiera o reclame reconsiderar la posición que estamos ocupando, desde donde nos ubicamos, que buscamos y pretendemos desde esa posición. El “primer lugar”, es el elixir del reconocimiento, de la mirada de los otros, de los aplausos, de las primeras planas, los 15 minutos de gloria, el ser considerado alguien, el ser consultado, el liderazgo, la vocación de poder y tantas y tantas formas de lo mismo.
Este es además, debemos reconocerlo, un tema de gran actualidad, de enormes implicancias en el escenario humano actual del ambiente familiar, comunitario y social. La posición para el creyente está definida y suficientemente desarrollada por Jesús y dos mil años de tradición de hombres y mujeres en esa búsqueda. Ahora, es siempre actual y un magnífico desafío, ese “último lugar” que debemos buscar, que es nuestro verdadero lugar y que a la vez nunca podremos alcanzar, porque de alcanzarlo, ya no sería el último… es un movimiento constante hacia “el último lugar”. Lugar propio de Jesús y por lo tanto mío.
Y no se trata del bajo perfil, que la mayoría de las veces la única virtud que pretende es que nadie me moleste, pasar desapercibido para hacer la mía. De esto, está lejos el Evangelio y la necesidad actual de revisar nuestra posición. Porque seguiríamos siendo el centro, el objeto y el motivo. Y de eso se trata justamente, de no ser el centro, ni el objeto, ni el motivo principal. De lo que estamos hablando, es de la capacidad de darle el valor que cada persona y cada cosa se merece por sí misma y no por su utilidad o rédito, por sus méritos o logros. Me imagino así un mundo familiar, comunitario y social totalmente renovado. ¿Podremos los creyentes del Evangelio de Jesús aportar esta mirada única a la actualidad?  
¿Qué nos pasa que estamos tan mal por la sobrevaloración de la necesidad de reconocimiento, de estimación y valoración? ¿Habrá un mundo feliz lejos del reconocimiento humano y divino? Llevamos más de un siglo de rendirle culto a la diosa autoestima y seguimos tan mal como antes. Década y décadas del siglo pasado, la sociedad burguesa a la pertenecemos, viene poniendo en el centro los intereses el yo, el feminismo, los niños (’60), y ahora los nuevos varones… y como nunca hemos obtenidos como resultado tantos egoístas y egocéntricos, de lo cual la sociedad mediática es solo una representación triste de nuestra opción –negada, pero solventada por nuestra mirada y conversaciones, nuestro simple gesto de encender el televisor-. Recordemos la recomendación No hay remedio para el mal del orgulloso”. El culto al poder y al prestigio es devastador. Quien quiera ser alguien para los demás no hará otra cosa que abrir una profunda herida incurable en sí y en los demás. La Argentina de ayer y la de hoy es un ejemplo cabal de esta deleznable experiencia.
La grandeza está en la pequeñez. A tal punto, que ni Dios se da importancia así mismo, ni Dios busca el primer lugar… ¿Entonces? Pues, entonces nuestro caminar cotidiano empieza por ese lugar, no darme tanta importancia a mí mismo, porque le importo a Dios y eso me basta, así obtendrás el favor del Señor”, porque Él no se siente identificado con otra cosa que no sea aquello que es Él mismo y desde el último lugar nos dice: "Amigo, acércate más". Y si eso no me basta, la sobrecarga que impondré a los que me rodean para que me den importancia, será una carrera sin fin. En vez, serenos y sencillos, sin darnos tanta importancia, podemos avanzar por el camino decuanto más grande seas, más humilde debes ser. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Ejemplos no nos faltan.¿Qué hacemos entonces buscando estar en el cuadro de honor de mi familia, de mis amigos, de mi comunidad, de mi colegio, de mi universidad, de mi trabajo, de mi sociedad? La humildad debe ser honrada con humildad y el que quiera serlo ni siquiera debe darse cuenta. Porque su corazón está en “los justos se regocijan, gritan de gozo delante del Señor y se llenan de alegría”. Si no logro que algo mayor a mí sea motivo de mi gozo, de mi alegría, de mis motivaciones nunca podré alcanzar el gozo y la felicidad que solo la humildad puede brindarme generosa y ampliamente. Trabajemos por una familia, por una comunidad, por una sociedad si distribución de retribuciones y podremos decir con Jesús: ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!

P. Sergio Pablo Beliera

domingo, 2 de mayo de 2010

HOMILÍA 5º DOMINGO DE PASCUA, CICLO C, 2 DE MAYO 2010

"Yo hago nuevas todas las cosas"
¡Qué inspiradoras suenan a nuestros oídos estas palabras! ¡Que luminosa es esta promesa cumplida! ¡Cuánto espera nuestra persona y la humanidad esta novedad!
Frente a la sensación a viejo, a conocido, a repetido, a “deja vu”, que parece impregnar nuestras experiencias cotidianas… Dios en la persona de Jesús Resucitado está haciendo nuevas todas las cosas. Ni siquiera algunas, sino todas… Seguramente ustedes como yo, queremos que ese hacer nuevas todas las cosas se de en nosotros y dejemos de padecer de vejez prematura. Dios en nosotros siempre es y hace novedad, ese es el signo distintivo de su presencia y de su actuar. Dejemos que estas palabras calen hondo en nosotros repitiéndolas una y otra vez en nosotros: "Yo hago nuevas todas las cosas"

“Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”
La novedad de Dios está en como Jesús nos ha amado. Jesús, es un estilo nuevo y definitivo de amor, un amor hasta el extremo, un amor hasta el fin, un amor hasta dar la vida, un amor que Ilumina la vida, un amor que cura, un amor que multiplica, un amor que perdona, un amor que abre nuestros ojos, un amor que libera nuestros oídos, un amor que nos pone de pie y nos hace caminar, un amor que resucita nuestras vidas de nuestras muertes, un amor que   nos habita, un amor que nos transforma, un amor que nos enamora y nos hace seguirlo, un amor que nos hace uno con Él, un amor crucificado que carga con nuestras miserias y nos abre las puertas del paraíso, un amor que se hace nuestro único y más grande amor… El amor de Jesús es enteramente nuevo, porque nunca antes el hombre había amado a Dios sobre todas las cosas y nunca como con Jesús, Dios había podido darle todo su amor al hombre.
Unirnos a este amor nuevo de manera absoluta es nuestra gran oportunidad de novedad en nuestras vidas. Que Dios pueda hacer en nosotros un amor nuevo.

“En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”
La segunda parte de este amor nuevo es como nosotros nos amamos con ese mismo amor entre nosotros. Para nosotros es fundamental poder experimentar que, el amor con el que somos amados por Dios, puede volverse el amor con que yo ame a los demás. Estaremos así derribando una de las barreras más grande de la humanidad. Darnos unos a otros el mismo amor de Dios, un amor que no conoce barreras, límites, espacios, tiempos, que lo trasciende todo y a todo lo desafía a legar a su verdadero lugar, ser amado como Dios ama a través de un par, un igual, un hermano, un compañero de camino, en las mismas contingencias de la cotidianeidad.
Que mejor proyecto puede haber en mi día que los otros puedan experimentar a través de mi pobre persona, el amor grande Dios. Allí, en mi debilidad estaré entregando el mismo amor de Dios y me estaré dando la oportunidad a mi mismo de romper mis propios límites, porque estaré haciendo caso a Dios y no a mis fronteras y condicionamientos.
Que seamos conocidos y reconocidos por nuestro amor a la medida que Dios nos ama, es nuestra verdadera y más plena novedad. El motivo de mayor felicidad que se pueda experimentar. Allí experimentaremos que Dios hace nuevas todas las cosas con su amor nuevo en nosotros y en los otros.

P. Sergio Pablo Beliera