HOMILÍA VIGILIA PASCUAL, CICLO A, 23 DE ABRIL DE 2011
Debo confesar que muchas veces en mi fe, en mi modo de vivir la fe, en mi relación con el Dios de la Vida, me he encontrado con la experiencia de María Magdalena y la otra María, que “fueron a visitar el sepulcro”.
Ustedes y yo muchas veces vamos a visitar al Dios de nuestras nostalgias, de nuestras experiencias pasadas, como si fuera posible revivir un pasado en la experiencia con Jesús. La memoria de los acontecimientos de la fe que hacemos esta noche, no son eso, recuerdos del pasado; sino hechos, acontecimientos que vividos en el tiempo permanecen vivos y vigentes porque todo en ellos es presencia actuante del Dios de la Vida. El Dios Creador, el Dios de las Promesas, el Dios Libertador, el Dios de la Alianza, el Dios Esposo de su Pueblo, el Dios de la Nueva y definitiva Alianza es siempre hoy, es siempre aquí…
Dios una y otra vez sale a nuestro encuentro: “De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella…” Dios hace temblar la tierra bajo nuestros pies, mueve nuestras seguridades, nuestra tierra cruje para poder abrirse a la novedad que solo puede venir de Dios. Y una presencia suya hace rodar la piedra que mantiene oculto el misterio que nos es imposible develar e imaginar con nuestras fuerzas, ideales o deseos. Nuestras fuerzas, nuestra voluntad, nuestros sentimientos, no pueden abrirnos la experiencia más definitiva que es la Resurrección. Es una presencia que nos serena a pesar de lo movilizante que es –es casi “gracioso” que el Ángel después de semejante alboroto, se siente sobre la piedra- y nos invita a prestarle atención a sus palabras: “El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado…” Buscar desde la frustración ya no es posible, buscar desde una parte de la historia es un sinsentido. Dios no solo es capaz de morir por nosotros, Dios es sobre todo capaz de vivir por nosotros. Jesús entregó su vida en la cruz una vez, pero vive siempre desde su Resurrección. Una vez que comprendemos esto, podemos recibir el anuncio de la vida, abrir nuestro corazón a el mensaje largamente resistido: “No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho…” Jesús Vive, a Resucitado, su confianza en el Padre no ha sido defraudada, sus palabras a nosotros se han cumplido; Jesús no nos ha fallado… No está aquí, como estaba antes, está aquí como Luz que ha sido recibida por nosotros en medio de las tinieblas de la noche, está aquí como Palabra que hace y abre nuestra unidad interior, está aquí como Agua Pura que nos renueva desde su absoluta novedad desde el Bautismo y no deja de fluir como Río de Agua Viva, está aquí como Pan de Vida que hace vivir como resucitados a los que caminan el camino con la fragilidad de la precariedad de esta vida pero sostenidos porque ahora vivimos por Él al comer su carne y beber su sangre de Vida, está aquí en la Comunidad de fe que es “casa y escuela de comunión con los hombres a los que a partir de Jesús Resucitado llamamos hermanos.
Como “las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.” Así nosotros en esta noche de Vigilia, atemorizados por la sorpresa que nos da el Padre en Jesús Resucitado, experimentamos también la alegría que nos llena por la obra maravillosa del Padre en Jesús Resucitado. Y como quien tiene una verdadera alegría hecha carne, estamos invitados a salir de aquí y dar la noticia a los que viven entre nosotros y con los que compartimos la cotidianeidad, asiendo de todos los desconocidos un motivo de hacernos conocidos por “la noticia” de Jesús Resucitado.
Cuando esto sucede recibimos un regalo, como lo recibieron estas mujeres: “De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.» Ni el mismo Jesús Resucitado puede contener la alegría de reencontrarnos y nos sale anticipadamente al encuentro, como premio a no habernos guardado semejante “noticia” para nosotros.
En esta noche recibamos el primer saludo de Jesús Resucitado: “Alégrense”, se los repito, “Alégrense”, y sean una alegría sincera para los demás en esta ciudad.
P. Sergio Pablo Beliera
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