La familia está en el plan de Dios desde el
principio de la Creación y desde el comienzo de la historia de la Salvación.
Todos, aún los grandes profetas solitarios de la Biblia, provienen de una
realidad familiar que ha tenido un alto impacto en sus vidas.
Otro tema, es si en el plan de la familia
contemporánea Dios sigue estando desde el principio mismo constitutivo del
matrimonio y de la familia, como una realidad que la trasciende, que la
fundamenta y que la proyecta. Y por lo tanto si aún la familia con costumbres
religiosas tiene impacto en la vida y desarrollo de sus miembros y por lo tanto
de su entorno.
He usado a propósito en concepto de
“costumbres religiosas” y no de religiosas a secas, porque hoy cabe plantearse
la duda y autocrítica de si somos religiosos o portadores de costumbres y modos
religiosos, eso implica cuanto va a impactar Dios y su presencia en el seno de
la construcción del ser y del hacer de una familia contemporánea.
Dios, en la familia está llamado a ser un
protagonista de alto impacto, de una influencia considerable, por no decir
contundente, que su presencia, su palabra y su hacer en nosotros como familia
se imprima en nuestro ADN a tal punto que mejoremos lo que hemos recibido y lo
demos así de mejorado a las próximas generaciones (es verdad que ha
desaparecido un poco en el horizonte de las familias la preocupación por lo que
transmitimos a las próximas generaciones por la excesiva preocupación por el
presente).
Si ni Jesús, el Hijo de Dios, su Amado y
predilecto, no prescindió de una familia y a la vez recibió como hombre todo de
ella, a tal punto que no sólo podemos saber de Dios a través de él sino también
de quienes Dios le encomendó su educación y crecimiento. Porque la interacción
de Jesús con su familia por más de treinta años no puede ser puesta en duda. Y
esa cantidad de tiempo transcurrido en el seno de una familia no es poco, sólo
sale de ella para ampliar esa experiencia que venía madurando en todos esos
años, a tal punto que considerará a los que lo siguen como parte de su familia
nueva, prolongación de la que venía viviendo, de hecho miembros concretos de su
familia están dentro del círculo de los primeros discípulos y lo estarán en la
Iglesia naciente que prolongará la palabra y la obra de Jesús.
Jesús, no formó una familia biológica e
histórica, sino que desde su familia espiritual y transnacional y
transgeneracional, influyó en la formación de todas las familias de sus
discípulos, a tal punto de ser su amor esponsal con ellos y su paternidad, el
modelo impreso en la génesis de toda familia cristiana.
Si permitimos que eso siga pasando, es una
cuestión que no podemos dejar de plantearnos y el debate debe estar abierto. No
como un modo de acomodarnos a los caprichos humanos e históricos, sino como un
verdadero aporte, que de no ser transmitido romperíamos con el plan de Dios y
la riqueza que su influencia implica en la vida de cada miembro de una familia.
Bien pronto los padres cristianos se ven
desafiados por el entorno que siempre tuvo y tendrá distintas propuestas. El
tema es hasta que punto los padres cristianos se ven desafiados por su entorno
espiritual interno y que los une, porque ahí está la fuente de gracia y de
proyección que ha recibido a través del sacramento del matrimonio, del bautismo
y de los que alimentan su peregrinar: reconciliación y eucaristía, que no
vienen como una ayuda externa sino como parte real de lo que son, un signo
vivo, visible, audible y tangible de la presencia, de la influencia y del hacer
de Dios Amor entre nosotros.
Las comunidades cristianas se nutren de esta
riquísima realidad y a la vez nutren a esta realidad haciendo memoria viva de
lo que son y del sentido de su existencia en el plan de Dios y, por lo tanto en
la historia humana presente y futura.
Además, no debemos olvidar que la familia
cristiana contemporánea, esta llamada a hundir sus raíces y a desarrollarse en
un contexto amplio de relaciones, que incluyen desde los abuelos (a veces hasta
bisabuelos) hasta los primos y sus hijos; pero no sólo, porque como realidad
que supera las instancias biológicas e históricas, los pobres y los necesitados
del Evangelio en todas sus formas, también forman parte de su ser y hacer
familia. Hoy eso queda muy de manifiesto en las figuras de Simeón y Ana,
ancianos llenos de esperanza que toman al Niño Jesús y hablan de Él como pocos
podrían hacerlo en ese momento, y vemos a José y María dejarlos hacer con toda
soltura, a pesar del sacrificio que eso implica e implicará para ellos.
En la perspectiva cristiana, los miembros de
la familia se pertenecen mutuamente pero sin ser una propiedad exclusiva y
excluyente, sino que viven un modo de pertenencia que irradia, ilumina y
enciende en otros y acerca a otros, acercándose y haciéndose cercana,
abriéndose y siendo abierta a acoger a otros, pero siempre en un mismo sentido.
Y no debemos olvidar que nuestra respuesta a
las distintas situaciones que hoy afectan la riquísima vida de la familia,
espera de un testimonio vivo. Porque las relaciones entre familia, sociedad e
Iglesia son tan estrechas que desoír una o desatenderla, va en detrimento de
las otras inexorablemente.
El Evangelio debe imprimirse una vez más
fuertemente en el ADN de la familia de creyentes, para que estos frente a los
desafíos que se le presentan interna y externamente, encuentre un modo
actualizado y siempre vivo de encarnar lo perdurable de una realidad
insustituible; y que sólo puede pervivir si es vivido de manera real, palpable,
y agradecida por la admiración de lo que este Niño Jesús puede ser y hacer
entre nosotros, porque: “El niño iba creciendo y se fortalecía,
lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.”
P. Sergio-Pablo Beliera