domingo, 28 de diciembre de 2014

Homilía Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús María y José, 28 de diciembre de 2014

La familia está en el plan de Dios desde el principio de la Creación y desde el comienzo de la historia de la Salvación. Todos, aún los grandes profetas solitarios de la Biblia, provienen de una realidad familiar que ha tenido un alto impacto en sus vidas.
Otro tema, es si en el plan de la familia contemporánea Dios sigue estando desde el principio mismo constitutivo del matrimonio y de la familia, como una realidad que la trasciende, que la fundamenta y que la proyecta. Y por lo tanto si aún la familia con costumbres religiosas tiene impacto en la vida y desarrollo de sus miembros y por lo tanto de su entorno.
He usado a propósito en concepto de “costumbres religiosas” y no de religiosas a secas, porque hoy cabe plantearse la duda y autocrítica de si somos religiosos o portadores de costumbres y modos religiosos, eso implica cuanto va a impactar Dios y su presencia en el seno de la construcción del ser y del hacer de una familia contemporánea.
Dios, en la familia está llamado a ser un protagonista de alto impacto, de una influencia considerable, por no decir contundente, que su presencia, su palabra y su hacer en nosotros como familia se imprima en nuestro ADN a tal punto que mejoremos lo que hemos recibido y lo demos así de mejorado a las próximas generaciones (es verdad que ha desaparecido un poco en el horizonte de las familias la preocupación por lo que transmitimos a las próximas generaciones por la excesiva preocupación por el presente).
Si ni Jesús, el Hijo de Dios, su Amado y predilecto, no prescindió de una familia y a la vez recibió como hombre todo de ella, a tal punto que no sólo podemos saber de Dios a través de él sino también de quienes Dios le encomendó su educación y crecimiento. Porque la interacción de Jesús con su familia por más de treinta años no puede ser puesta en duda. Y esa cantidad de tiempo transcurrido en el seno de una familia no es poco, sólo sale de ella para ampliar esa experiencia que venía madurando en todos esos años, a tal punto que considerará a los que lo siguen como parte de su familia nueva, prolongación de la que venía viviendo, de hecho miembros concretos de su familia están dentro del círculo de los primeros discípulos y lo estarán en la Iglesia naciente que prolongará la palabra y la obra de Jesús.
Jesús, no formó una familia biológica e histórica, sino que desde su familia espiritual y transnacional y transgeneracional, influyó en la formación de todas las familias de sus discípulos, a tal punto de ser su amor esponsal con ellos y su paternidad, el modelo impreso en la génesis de toda familia cristiana.
Si permitimos que eso siga pasando, es una cuestión que no podemos dejar de plantearnos y el debate debe estar abierto. No como un modo de acomodarnos a los caprichos humanos e históricos, sino como un verdadero aporte, que de no ser transmitido romperíamos con el plan de Dios y la riqueza que su influencia implica en la vida de cada miembro de una familia.
Bien pronto los padres cristianos se ven desafiados por el entorno que siempre tuvo y tendrá distintas propuestas. El tema es hasta que punto los padres cristianos se ven desafiados por su entorno espiritual interno y que los une, porque ahí está la fuente de gracia y de proyección que ha recibido a través del sacramento del matrimonio, del bautismo y de los que alimentan su peregrinar: reconciliación y eucaristía, que no vienen como una ayuda externa sino como parte real de lo que son, un signo vivo, visible, audible y tangible de la presencia, de la influencia y del hacer de Dios Amor entre nosotros.
Las comunidades cristianas se nutren de esta riquísima realidad y a la vez nutren a esta realidad haciendo memoria viva de lo que son y del sentido de su existencia en el plan de Dios y, por lo tanto en la historia humana presente y futura.
Además, no debemos olvidar que la familia cristiana contemporánea, esta llamada a hundir sus raíces y a desarrollarse en un contexto amplio de relaciones, que incluyen desde los abuelos (a veces hasta bisabuelos) hasta los primos y sus hijos; pero no sólo, porque como realidad que supera las instancias biológicas e históricas, los pobres y los necesitados del Evangelio en todas sus formas, también forman parte de su ser y hacer familia. Hoy eso queda muy de manifiesto en las figuras de Simeón y Ana, ancianos llenos de esperanza que toman al Niño Jesús y hablan de Él como pocos podrían hacerlo en ese momento, y vemos a José y María dejarlos hacer con toda soltura, a pesar del sacrificio que eso implica e implicará para ellos.
En la perspectiva cristiana, los miembros de la familia se pertenecen mutuamente pero sin ser una propiedad exclusiva y excluyente, sino que viven un modo de pertenencia que irradia, ilumina y enciende en otros y acerca a otros, acercándose y haciéndose cercana, abriéndose y siendo abierta a acoger a otros, pero siempre en un mismo sentido.
Y no debemos olvidar que nuestra respuesta a las distintas situaciones que hoy afectan la riquísima vida de la familia, espera de un testimonio vivo. Porque las relaciones entre familia, sociedad e Iglesia son tan estrechas que desoír una o desatenderla, va en detrimento de las otras inexorablemente.
El Evangelio debe imprimirse una vez más fuertemente en el ADN de la familia de creyentes, para que estos frente a los desafíos que se le presentan interna y externamente, encuentre un modo actualizado y siempre vivo de encarnar lo perdurable de una realidad insustituible; y que sólo puede pervivir si es vivido de manera real, palpable, y agradecida por la admiración de lo que este Niño Jesús puede ser y hacer entre nosotros, porque: El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.”

P. Sergio-Pablo Beliera


jueves, 25 de diciembre de 2014

Homilía Natividad del Señor Misa del Día 25 de diciembre de 2014

En este día los sentimientos de Comunión se vuelven de los más significativos y con mayor implicancia en nuestra existencia humana y cristiana. Porque de verdad, con toda verdad, Jesús ha venido a nosotros con una respuesta clara y contundente a las mayores aspiraciones que los hombres llevamos en las entrañas, en el ADN de nuestro ser.
Dios, en Jesús hecho carne, de nuestra carne, uno de nosotros en humanidad, ha venido con aspiraciones de dar al hombre una nueva humanidad, devolverle a la humanidad su sentido original, su razón de ser, su lugar en la Creación, y por eso se ha hecho Salvación, que es el camino de retorno a lo que somos en verdad y no deberíamos dejar de ser nunca más. Aunque hoy mismo el proyecto de muchos hombres quiera contradecir una vez más este sentido definitivo y único del camino de Jesús hecho hombre, alumbrado en nuestra carne, para que ya no haya otra carne que la carne de Dios. Las palabras anunciadas en el evangelio de hoy son una contundente afirmación de algo que se repite en cada generación, y la nuestra no es la excepción: “…estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron…”.
Pero esta no es la última palabra, la última palabra es claramente, esperanzadoramente: “…Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres… ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser…” No hay otra respuesta, ya no hay otra realización última que no sea esta anunciada y comprobada por la propia experiencia de cada creyente, sobre todo de aquellos que se abisman en la experiencia de Jesús sin anestesia, sin dilaciones, sin peros, sin… Hacerse de la experiencia de Jesús nacido en nuestras existencias creyentes como nuestro único modo de ser y de vivir, de aspiración y de realización.
Por eso, las implicancias de esa respuesta histórica y la vez actual de Dios al hombre en Jesús, están siempre al alcance de nuestro Sí. Porque la repercusión que “…la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad…” es impensada, pero cuando se hace carne en nuestra carne se vuelve impresionantemente visible. Esa es la existencia de todos aquellos que luchas no desde sí o desde sus fuerzas o capacidades sino desde la experiencia de estar habitados no sólo en la historia humana por Dios, sino en la propia historia por Dios.
No es que sólo “habitó entre nosotros” sino que habitó en nosotros. Por eso podemos decir con Juan: “…Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad…”. Lo hemos visto en nosotros y en los otros. Porque muchas veces empieza por nosotros y otras veces por los otros, pero todas las veces de una u otra forma, termina siendo una experiencia de ser habitados por Dios. Y sólo ahí es que comprendemos algo de lo que implica que “…la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”.
Estar habitados es como cuando escuchamos una música, estaba en un momento fuera de nosotros, experimentamos sus vibraciones fuera y una vez que se introdujo en nosotros a través de nuestra audición y entró en nuestra mente y en nuestro corazón, de golpe esa música se hace nosotros, nos conmueve, nos mueve, nos toca y nos deja diferente, nunca más esa música dejará de estar fuera de nosotros.
La Navidad no puede estar fuera de nosotros, si no nos habita, difícilmente comprenderemos lo que significa que “…la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y como esa inhabitación se vuelve trascendente para nosotros, porque lo ha sido para Dios y para la humanidad entera que puede o no entrar en ser esa Humanidad Nueva traída por Jesús a nosotros una vez, y que espera ser de verdad un nuevo modo de existencia para nosotros.
Si el hecho que Dios haya habitado la carne humana en la persona de Jesús, no se convierte en una habitación de Él en nuestra propia carne por la fe, por el Sí, el hombre sigue radicalmente sólo y ese o es el proyecto de Dios. Lo primero debe llevar a lo segundo.
Sin esa experiencia la humanidad, la propia y la ajena espera aún lo que ya ha venido y se ha instalado entre nosotros pero que espera nuestro Sí.
Sino, ¿qué sentido tendría lo que en esta Eucaristía de Navidad pedimos al Padre como Iglesia en representación de toda la humanidad?: “…concédenos participar de la vida divina de tu Hijo, como él compartió nuestra condición humana…”.
Es así como contemplamos su gloria, y vivimos en su gracia y verdad. No como abstracciones o aspiraciones que no nos implican, sino como realizaciones muy concretas de un Dios que en “…la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” y es así como “…a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios…” Estos somos nosotros.
Y por eso mismo, no podremos mantenernos a distancia de tantas existencias humanas partidas, heridas, sufridas, de tantas esperanzas por realizarse, de tanta caridad por concretarse, de tanta justicia en estado de espera… Si Dios no ha querido mantenerse a distancia de ellos, ¡cómo nosotros haríamos otra cosa!...

P. Sergio-Pablo Beliera

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Homilía Natividad del Señor, Misa vespertina de la Vigilia, 24 de diciembre de 2014

Haciendo un poco de ficción histórica y literaria, podríamos preguntarnos si la Biblia se volvería a escribir en los mismos términos en el siglo XXI. En los aspectos escenográfico seguramente que no, pero en los términos de las expectativas humanas y en lo que el hombre de cara a Dios, podríamos decir que sí.
Porque si bien el hombre contemporáneo se siente con más probabilidades de ser humano que el de los tiempos que lo ha precedido, en realidad nada ha cambiado, porque el gran salto tecnológico, del cual el llegar a la Luna es el gran ícono, no ha resultado más que viajar unos cuantos miles de kilómetros incomparables frente al tamaño del Universo y lo que de este sabemos hoy. De hecho las películas de ciencia ficción, no se centran tanto en el hecho de viajar al espacio, sino en el cómo hacer para viajar por el Universo de tal manera que seamos los mismos a la ida como a la vuelta.
Traducido esto en términos bíblicos, estamos en la esencia del hombre que es buscar a Dios y no huir de su presencia, y desde la esencia de Dios que es buscar al hombre superando sus expectativas aunque estas se presenten como por debajo de las del hombre mismo, porque cuando el hombre busca a Dios lo hace de manera grandilocuente y ruidosa, y Dios la hace de manera humilde y silenciosa.
El gran tema es el nombre de Dios que la actitud Dios representa la hacerse hombre en el seno de María: “Dios-con-nosotros”. Porque el gran tema no es que el hombre busque a Dios, que busque su salvación, que quiera liberarse, superarse, sino, que el hombre es ante todo buscado por Dios en un abajamiento inaudito para el hombre a tal punto que a unos le resulta insignificante y olvidable y, a otros le significa un rechazo y negación reiterada.
El gran tema de la humanidad no es que el hombre quiera o pueda viajar, sino que, Dios ha viajado hacia el hombre, se ha engendrado en un vientre materno y ha nacido de una madre virgen de forma humana, y para peor desapercibido si no fuera porque Dios mismo se ocupara de comunicarlo, de anunciarlo y de guiar a la gente hacia ese acontecimiento.
Estamos lejos de ser el centro de la escena, aunque sí del corazón de Dios, y ese corazón el que busca al hombre antes que este lo busque a Él. Es Dios, no ya buscando, sino encontrando al hombre lo que celebramos en este “Dios-con-nosotros” en esta Navidad.
Dios ha viajado hasta nosotros, hasta hacerse uno de nosotros, hasta estar y permanecer con nosotros en el Niño Jesús, comienzo de una permanencia que es la verdadera esperanza del hombre. Este Niño Jesús, el Salvador, paradójicamente lo es mientras nace y se deja envolver en pañales, se deja acurrucar por María y por José, se deja alimentar, se deja acunar en un pesebre porque nada le resulta extraño e indigno de su creación. Y mucho menos nosotros.
Dejémonos alcanzar por el Niño Dios, como se deja alcanzar Él por nosotros. En esto reside la verdad y la oportunidad de nuestra esperanza. Nada en nuestra vida debe estar fuera del alcance de esta pequeñez, nada debe rechazar este abajamiento, nada en nuestras vidas puede verse transformado si no es por la vía de la humildad y la pobreza que acepta el hacer de Dios por sobre el hacer sólo del hombre.
Es en la preciosa colaboración de Dios con el hombre en el Niño Jesús, como el hombre aprende a colaborar con Dios en la propia existencia y así lanzarse a hacerse más hermanos de los que necesitan esa cercanía, esa presencia que no invade sino que se hace “Dios-con-nosotros”.
No reneguemos de lo que esta Noche representa de luminoso, y dejemos atrás lo oscuro: el orgullo, el poder, la fuerza, las cadenas, las humillaciones, las imposiciones, el desprecio, el olvido, la esclavitud, el ser servido, el todo para mí… todo esto a quedado atrás por la luminosidad y frescura de simplemente “Dios-con-nosotros”.
Ahora podemos viajar seguros por nuestro corazón y el de nuestros hermanos porque “Dios-con-nosotros” está en medio de nosotros y allí permanece. Él nos hace cruzar los umbrales inexplorados que nos hacen avanzar hacia ser uno con Él porque Él es en nuestras vidas “Dios-con-nosotros” y eso nos basta, o al menos debería bastarnos.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 21 de diciembre de 2014

Homilía 4° Domingo de Adviento, Ciclo B, 22 de diciembre de 2014

Hay datos de la historia que nos resultan sorprendente. No hablo necesariamente de la historia pasada de la humanidad, de un pueblo en particular, sino, de nuestra historia, de lo que aconteció ayer entre nosotros y de lo que acontecerá en breve –porque ese pequeño lapso de tiempo que nos separa del futuro próximo ya es historia- que podrá o no sorprendernos, pero que en sí no está ni ha estado bajo nuestro dominio.
Resulta por demás sorprendente que se diga y se crea que la historia la cuentan los vencedores. Si fuera así, debemos recordar que nuestra memoria selectiva que descarta de nuestros recuerdos lo que no nos agrada, no es por cierto lo mejor de nosotros mismos, ni de los demás. La historia es lo que es y es asombrosamente abarcativa porque cuenta todos los acontecimientos según todos los hombres y sobre todo resulta más que interesante cuando se cuenta lo que hasta ahora desconocíamos de la trama de la historia y eso es porque nos faltaba la historia de…
El lugar, el tiempo y las personas que hoy ocupan la historia del origen de Jesús, son sin duda de esas pequeñas historias que se vuelven grandes historias, historias universales, de repercusiones impensadas en su comienzo pero que de hecho son un salto cualitativo y cuantitativo del paso del hombre en la providencia de Dios, o del Dios de la historia en la historia de hombre en la inmensidad de su creación.
Lugar insignificante, retirado del centro de la escena mundial, era por cierto Judea y que decir Nazaret en el corazón de la Galilea, que era lo más insignificante para un judío de esa época, mas preocupado por recuperar y engrandecer el centro de su reino que era Jerusalén. Porque lo que importaba era la política –cualquier parecido con el momento presente de nuestra historia local es pura incidencia- no importaba en absoluto la rica y fértil Galilea, así somos los hombres cuando desplazamos nuestro centro de la realidad.
Insignificante era también un hombre descendiente del rey David, cuya descendencia hacia ya tiempo que había perdido el poder sucesorio del reino, ligado ahora a otra familia. Además se ve que a José no le habían picado los derechos sucesorios por falta de ambición o por desconocimiento de su condición, no lo sabemos, pero se ve que no le preocupaba mucho por lo pronto.
Y una virgen de nombre María, algo tan común por su condición de matrimonio aún no consumado como por su nombre tan simple por repetitivo. Siempre llama la atención que aún el mismo nombre del que según la promesa del Ángel, …será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin… el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.”, sea un nombre tan común en su época: Jesús… Antes que él y durante su existencia habrá otros Jhosua… Y ahí es donde se nota el obrar único de Dios, porque de ahí en más María solo será una y Jesús sólo será uno y único.
Así es la iniciativa de Dios nuestro Padre, y así es su obrar continuo que saca del anonimato a los hombres de Dios por caminos distintos de los que el hombre se plantearía, porque sólo para Dios “todo es posible” porque “no hay nada imposible para Dios”, sólo para Él y por Él. Pero ese imposible es motivo de alegría para el hombre y no de pesar. Porque sea como sea nuestra historia, alegre y exitosa, triste o frustrante, para nosotros y los que nos rodean, el anuncio de alegría y dicha es el mismo y lo es con mayúscula. El “Alégrate” es porque Dios obra y porque su obrar es motivo de alegría y gozo para los que se involucran de lleno en la historia que Dios trama, a pesar que, a pesar de…
¡Cómo no amar a este Dios! ¡Cómo no dejarse llevar como lo hace María: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.! ¡Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado!
Así y sólo así la sorprendentes condiciones de vida de la mayoría de la humanidad, por debajo de las expectativas de los exitosos, de los capaces y de los poderosos, encuentra su encause y su sentido, sólo así la mayoría de la humanidad puede entrar por la puerta que corresponde en la Historia de Dios y no malograrse su dura existencia, alcanzando a pesar de… su lugar en el corazón de Dios y en el tejido comunitario de la obra del Espíritu que cubre con su sobra pero que no opaca ni oscurece al hombre, solo lo cubre de las amenazas de los que no quieren la vida del pobre y del indigente que caen sólo sobre la mirada de Dios.
Es así como se entiende el sentido de la breve y concisa oración colecta de hoy, que resume todo el obrar de Dios en la historia y su modo infalible, donde encarnación, pasión, cruz y resurrección, son un hilo conductor único e inquebrantable: Señor, derrama tu gracia en nuestros corazones, y ya que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de tu Hijo Jesucristo, condúcenos por su Pasión y su Cruz, a la gloria de la resurrección.
Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has dicho: “Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo”.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 14 de diciembre de 2014

Homilía 3° Domingo de Adviento, Ciclo B, 14 de diciembre de 2014

“¿Quién eres…? ¿Qué dices de ti mismo?” ¡Qué preguntas! ¿Quién quisiera enfrentarlas? Son de esas preguntas que uno quisiera no tener que mirar de frente, pero por otro lado ¡cómo no responder esas preguntas esenciales que traen la paz!, porque que quien tiene la respuesta está consolidado de cara a Dios y a los hombres.
¡Cuántos hombres y mujeres encaran a diario la vida sin una respuesta firme a su identidad, a su esencia, a su sustentabilidad, a su sustancia¡
¡Cuántos andan por ahí con un ‘que poco se de mi mismo y que poco se de lo que significo para los demás’¡ Anónimos a sí mismos y a los otros, profundamente heridos en la frente y en el pecho. Inmóviles de parálisis existencial.
Juan Bautista rechaza los títulos que representan una definición engañosa y, sólo se abraza a una definición dada por la misma palabra de Dios, él es “una voz”, voz que resuena en el desierto de la búsqueda de Dios y no de sí mismo. No hay mejor definición de sí mismo que aquella que proviene de la resonancia de la Palabra de Dios en nuestro ser. Es como si dijéramos, si quieren saber algo de mí, les digo lo que Él mismo me ha dicho en su Palabra.
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido” con su Buena Noticia, con su Evangelio de la Alegría, que nos dice quienes somos y que somos para los demás. Expresiones como las siguientes, ponen de manifiesto un punto de vista que viene de otra dimensión, a la que estamos invitados a abismarnos, recordémoslas:
“…llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…”,
“…él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas…”, del profeta Isaías.
“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz…” del cántico de María.
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu…”, de carta de san Pablo.
“Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor…”,
y, “… yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.”, del Evangelio de hoy.
Cada una de ellas expresan ese ‘mundo patas para arriba’ que no nos animamos a asumir y vivir, que en realidad es el mundo de Dios implantándose en este mundo vuelto de espaldas Al que Viene, sordo a la Voz y su Palabra, y ciego al testigo de la Luz y a la Luz misma.
Estamos llamados a alegrarnos de ser lo que somos, de ser esos medios de comunicación de la Buena Noticia de una hombre que ha dejado de estar sólo contra todo.
Somos esos enfermeros de riesgo y sin fronteras, en un mundo herido depositado en el ‘hospital de campaña’ de la Iglesia de hoy.
Somos esos portadores de la llave que libera a los cautivos y prisioneros del alma y del cuerpo que necesitan una verdadera salida y reincorporación a la vida.
Somos los que desde lo alto de nuestra pequeñez -por nuestra insistencia y voz alzada- logramos la atención y proclamamos la bondad y misericordia de Dios en un mundo sin piedad.
Somos aquellos que vestimos a la moda de enamorados empedernidos, donde no hay amor ni amantes, y nos lanzamos con las antorchas que encienden los fuegos apagados pero aún humeantes de algunas existencias tan pequeñas.
Somos la pequeñez que se agranda con la Bondad de Dios y sus sueños de ojos abiertos.
Somos los que desde esa pequeñez e insignificancia, tienen el gozo de ser quienes a los pies del Señor se sienten indignos de lo más insignificante, y a la vez son concientes que es el Señor quien se ha puesto a lavarnos los pies y calzarnos, para que nos sentemos a su mesa limpios y dichosos…
Uh… cuantas y tantas cosas que nos definen de verdad y que estamos ahí de rechazar por medirlas y pesarlas con la balanza de un mundo subvertido de valores y sentido.
Por eso, aquí estamos aceptando ser dichosos en la insignificante misión de orar sin cesar dando gracias por nuestro destino desatinado a los ojos de otros, pero no a los de Dios, a los del alma, y al de los más necesitados en todas sus formas.
Nuestro lugar es gastar este tiempo en Acción de Gracias, en esta Eucaristía perdida en la inmensidad del Universo, porque “el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones…”.
Para que en medio de la infelicidad y de lo pasajero de este mundo, con María, podamos decir en la esperanza: “En adelante todas las generaciones me llamarán feliz…”, porque trabajamos por la justicia de Dios y no la injusticia de los hombres, porque en medio de las tinieblas brilla una Luz que nos hace testigos de la Luz de la alabanza en la noche, cantores en la noche de la Luz que no tiene fin.
Hay tanto por hacer, no perdamos el tiempo, alabemos a Dios intensamente y salgamos presurosos a las obras de la Luz que es la Caridad sin condición.
Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación.


P. Sergio-Pablo Beliera

sábado, 6 de diciembre de 2014

Homilía Domingo 2° de Adviento, Ciclo B, 7 de diciembre de 2014

¡Cuánto nos cuesta aceptar que el protagonismo final lo tiene Otro!
¡Cuánto nos cuesta integrar que somos parte de una Camino pero no somos el final del Camino!
Todos los días emprendemos el gozoso o el doloroso camino de abrir camino para el Camino. Todos los días abrazamos ese espacio y ese tiempo que marca el surco del que somos parte, pero no como solitarios transeúntes, sino como quien va a veces por delante porque Alguien se nos ha adelantado y nos precede pero, a su vez nosotros precedemos un final en el que ese Alguien es el punto final y culminante.
Ni las cosas comienzan en nosotros ni terminan en nosotros. En todo estamos porque Dios, principio y final de la historia, está porque estuvo y entonces estará. Ser parte…, precioso tesoro al que somos invitados.
“Prepararen el camino”, bella definición de lo que hace Dios en nuestras vidas por sí mismo y por otros. Y a la vez, luminosa descripción de lo que hacemos en la vida de los demás, para que el Señor encuentre un corazón bien dispuesto en nuestros hermanos.
“Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino…”
Hoy debemos hacer Memoria de todas las veces que el Señor lo ha estado haciendo paciente y esmeradamente a pesar de nosotros mismos. Él mismo preparando el Camino para que Él mismo que es el Camino, pueda transitar y encontrarnos bien dispuestos. Toma pues el Pan de la Palabra y come para hacer Memoria Fiel.
Hoy debemos hacer Memoria de todos aquellos que el Señor ha enviado como mensajeros suyos, para despertarnos, despabilarnos, para mantenernos despiertos, para avisarnos, alertarnos, despejarnos, abrir nuestros oídos, agudizar nuestra mirada, erguir nuestras espaldas, fortalecer nuestras rodillas vacilantes, afirmar nuestro andar… Ahí han estado para nosotros y por nosotros porque el Señor los ha enviado. Toma pues y como el Pan de la Caridad y come de su sustancia para hacerte Caridad Agradecida.
Hoy tenemos la oportunidad de hacer Memoria de las veces que el Señor nos ha enviado a nosotros confiándonos la misión de ser mensajeros suyos en la vida de tantos hermanos desconsolados: “¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón…” ¡Que gratitud brota del corazón cuando somos conscientes de este privilegio que supera nuestros planes y nuestras capacidades! A veces no entendemos el mensaje y al que nos envía como mensajeros pero, Él va develándonos el mensaje y nuestra misión de mensajeros en la medida que unos y otros podemos recibirlo, abrirnos a Él que es Mensaje y Mensajero por excelencia. Toma pues y come del Pan de su Cuerpo y Sangre entregado y resucitado, para que tus ojos se abran y arda tu corazón cuando Él parte en Pan en la Comunidad.
Hoy es día para escuchar, abrazar y poner en práctica el hilo conductor del Mensaje que hemos recibido y, del Mensaje que hemos sido enviados a llevar como Tesoro preciado e insustituible. No lo perdamos, ni lo dejemos olvidado por ahí…
Hoy es el día para señalarlo a Él. Para dejar de mirarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Para dejar de mirar a los demás según nosotros mismos. Y mirarnos y mirarlos según Él mismo, como Él mismo lo hace.
Por eso, “¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!”… Nuestro ser y nuestro hacer si es genuino y proviene de la Fuente y Cumbre de la Vida, anhela y se esmera en deseos que nos hacen como Él es y hace, y a la vez el deseo crece incesantemente en esperanza que Él llegue y sea pronto. Somos aceleradores que acortan la distancia de tiempo y espacio entre nosotros y el Señor que viene, doblando así por el Amor en acción el espacio que nos separa y que acorta el tiempo del Encuentro con el Amado.
Nuestra conducta se vuelve santa y de acuerdo al sentir del Corazón de Dios, en la medida que espera en el Señor, y se enciende en deseos que se rompa “la tela” y me entregue al Gozo de nuestro Señor cuanto antes, no ya por la muerte que sobreviene al final de nuestras existencias, sino por que todo nuestro ser se vuelve acorde al deseo más profundo del hombre, que es estar no sólo en paz con el Señor, sino en la Paz de nuestro Señor.
Tal vez seamos de esos cristianos que entonces hacen experimentar que el Cielo está en la tierra, que el Tiempo y el Espacio de Dios se ha adelantado y ya está Aquí y Ahora.
O seamos de esos “cristianos” que tienen puesta su mirada en que se acorten los tiempos y se den las oportunidades para que lo que han construido en su mente y en su corazón se de para sentirse felices y satisfechos, y eso sin esperar al Esperado, sin que llegue El que ha de Venir.
Hombre de fe, escucha al mensajero que trae el Mensaje.
Hombre de esperanza, da el Mensaje que el Mensajero te ha confiado.
Hombre Enamorado, desea ardientemente que tu Señor venga a Consolarte y Colmarte como nada ni nadie puede hacerlo, porque sólo Él puede bautizarnos “con el Espíritu Santo”, Fuego que todo lo consume en el Amor, Luz que todo lo ilumina en la Belleza de su Rostro que contemplaremos cuando Él se nos muestre hoy y mañana, alegría de nuestros corazones hechos como el suyo.
Padre rico en misericordia, que nuestras ocupaciones cotidianas no nos impidan acudir presurosos al encuentro de tu Hijo, para que, guiados por tu sabiduría divina, podamos gozar siempre de su compañía.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 30 de noviembre de 2014

Homilía Domingo 1° de Adviento, Ciclo B, 30 de noviembre de 2014

¿Cuál es el valor de un suspiro, de un anhelo?
“¡Vuelve, por amor a tus servidores…!” “¡Si rasgaras el cielo y descendieras…!”
¿Cuál es el valor de una advertencia?
“Tengan cuidado y estén prevenidos…
¿Cuál es el valor de una toma de conciencia?
“Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.”
¿Cuál es el valor de una presencia, de una ausencia, de una venida definitiva esperada?
“Tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”
¿Cuál es el valor de lo que reconocemos con valor para nuestras existencias?
“¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?”
Ahora, volvamos sobre nuestras preguntas. Recordemos que una buena pregunta es ya una buena respuesta. A veces queremos respuestas pero no tenemos preguntas, o no tenemos la pregunta adecuada y vital que debemos hacernos. Parte de las grandes preocupaciones que nos habitan están sustentadas en la depreciación de la pregunta, de la buena y honda pregunta que abra una brecha en nuestra existencia por la que valga la pena adentrarse.
La apreciación o depreciación (darle valor o no a alguien o algo), es un acto humano al que tenemos que asignarle (libremente) un espacio en el punto de partida, en el recorrido y en el final de nuestra existencia. Imposible eludirlo. El fervor es la manifestación de la apreciación y la indiferencia la manifestación de la depreciación.
Vivimos tiempos de indiferencia que manifiestan una depreciación de lo que es humano y por lo tanto de lo que es divino. Quines demolieron las religiones bien habidas y proclamaron la era de la indiferencia a Dios hicieron un mundo deshumanizado, frío, injusto, opresor de las libertades. Signo claro de que Dios humaniza y el hombre humanizado vive con Dios.
El experimento de borrar a Dios de la existencia humana ya falló en el siglo pasado, pero ahora vuelve con otras formas, porque la humanidad está en tránsito y cuando cree que ya ha llegado, paff… sobreviene la desgracia. Ahora, el experimento fallido, vuelve en formas de apatía, insensibilidad, superposición y abundancia innecesaria de supuestos bienes, -y hasta de noticias que ponen lo escabroso individual y que esconde la trama del mal que se lleva a miles y miles al olvido-, consumismo de bienes materiales para satisfacer la insatisfacción existencial de ser amados, considerados y de ser capaces de asumir desafíos y oportunidades de bondad, de belleza, de ternura, de justicia, de alegría expansiva, de contacto directo unos con otros, de reconocimiento de rostros y rasgos personales. Es verdad que hay una agenda de solidaridad, pero si esa agenda no se pasa a la propia piel, al sistema nervioso propio, al torrente sanguíneo, al corazón, a la mente, al alma… es una agenda y no la vida misma, es un acto y no una actitud permanente.
Comenzamos el Adviento, y debemos ser concientes que para una gran número de católicos la mirada está puesta en la Navidad, y desconocen cómo vivir este tiempo de cuatro semanas, y por lo tanto llegan a la Navidad abruptamente, sin una adecuada preparación. Llegan al acontecimiento pero no han hecho el camino que el acontecimiento implica. Sobre todo no habrán podido purificar sus deseos y aspiraciones a la hora de recibir al Señor y reconocerlo, adorarlo y amarlo cuando se presente será difícil estar en sintonía con Él. La invitación del Señor está hecha: “Tengan cuidado y estén prevenidos…Y,mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”.
A quienes somos concientes de este tiempo de Adviento, se nos pide ser testigos del mismo y gritar claro y hacer gestos fuertes y contundentes para llamar la atención de los que no lo son.
Es un tiempo de Misión por excelencia. Claro que en la agenda social ya no cabe nada, -demostración cabal que no vivimos al ritmo de una espiritualidad cristiana que propone, que anuncia y guía nuestros pasos, sino que vamos detrás de una agenda que no nos pertenece-. Pero frente al hecho consumado, es una agenda en la que debemos meternos con lo que somos y provocarla para que se despabile y recobre su sentido. Vendrán los “realistas” de hoy a decirnos “no se puede ir en contra” “las cosas son así” o “que cada uno haga la suya”. Frente a lo cual deberíamos recordar como verdadero realismo las palabras de Jesús: Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa”. Estas palabras son la verdadera lectura del día a día, porque estamos aquí de paso y para servir, no para adueñarnos de este tiempo ni de este espacio, y consumirlo habidamente como insaciables.
Argentina necesita Adviento, pausa, reflexión, mirar con atención, escuchar, entrar en diálogo y encuentro. No son las vacaciones, -de una porción de la sociedad-, las que nos darán el descanso necesario. Sino este conectarnos con los anhelos más profundos de Dios y del hombre, con lo que hizo y aún esperamos que haga (en muchos cristianos lo que falta hacer a Dios tiene que ver sólo con un encuentro personal en el que seremos juzgados frente al espejo en el que nos hemos mirado, y no un acontecimiento de toda la Humanidad de cara a Dios y de toda la Creación de cara a su Voluntad. Tal es la invasión y el desembarco del individualismo y del subjetivismo).
Si no nos adentramos en las preguntas iniciales, en los anhelos más profundos, en la llamada de Dios, en sus invitación, que sentido podrían tener estas palabras del Espíritu: ustedes han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”. Claro, hay que estar esperando al Señor y no otra cosa, aunque sea a nosotros mismos. Confieso que esa pregunta me golpea fuerte al sólo plantearla. Porque temo que estemos esperando sólo un mundo mejor, pero no esperando al Señor del mundo. Hacemos este mundo mejor, sólo porque Él es el Señor del mundo y, fuimos “colmados con toda clase de riqueza” para devolvérselo a su llegada produciendo el fruto de justicia, de misericordia, y paz, por el que Él vino en la humildad de un Niño, se entregó en la Cruz y Resucitó y, por el viene en cada Eucaristía (Mesa de la Palabra y Mesa del Pan) para que no nos olvidemos que “no nos falta ningún don de la gracia” para hacer por Él, con Él, para Él y como Él.
Hay una sola Historia, la otra no lo es aunque lo parezca.
Hay una sola Realidad, la otra es el plano inferior que apenas si se le parece.
Hay una Respuesta a nuestra pregunta y se llama Señor Jesús, las demás no están a su altura.
Los que son de Él, son como Él y viven como Él y lo esperan ansiosamente, “porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.”
¿Porqué cómo nos reconoceríamos y se nos reconocería sino por las obras que Él hizo, hace y hará con los que son suyos?
Por eso, Padre, te rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros, para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a él.


P. Sergio-Pablo Beliera