domingo, 18 de enero de 2015

Homilía 2º Domingo TO, Ciclo B, 18 de Enero de 2015

La voz de Jesús resuena aún en el aire. Como un eco perdurable…
Sí, esa pregunta que ha traspasado todos los corazones abiertos permanece aérea para seguir hiriendo el alma de los hombres que caminan, que se ponen en marcha tras un sentido inspirador… “¿Qué buscan?” “¿Qué quieren?”
Es esa voz única, la del “Cordero de Dios”, la que mejor dice esa pregunta que necesitamos descienda desde él hasta nuestros oídos: “¿Qué buscan?” “¿Qué quieren?”
Pero como sabríamos que a nosotros te diriges sin ese gesto tuyo… “Él se dio vuelta”… Nosotros te seguíamos a ciegas, bajo la influencia sonora de otros “Este es el Cordero de Dios”, pero es a nosotros a quien miras ahora tú Cordero Inocente y Puro, hacia nosotros te has vuelto… Y ahora sabemos que a nosotros te diriges.
En ese instante nuestras miradas asustadas por la sorpresa, fueron buscadas por tus ojos de Cordero Inocente, y en ese contacto de tú mirada decidida con nuestra tímida mirada, nos has preparado el corazón para acoger tu dulce pregunta en tu tierna mirada.
Ahí, entre tenerte de frente mirándonos y la fuerza tierna de tu voz hemos acogido la pregunta y hemos sabido la sorprendente respuesta de nuestra alma… “Maestro, ¿dónde vives?”
Buscamos donde vives, para vivir contigo. Buscamos donde despliegas tu vida para que ella despliegue la nuestra. Buscamos Vida y en la conciencia de un instante nos percatamos que la hemos encontrado y allí queremos permanecer… “Maestro, ¿dónde vives?” para que pongamos nuestra carpa donde tú la has puesto, queremos morar donde tú moras…
¿Tendría sentido otra cosa? Esta pregunta me ayuda a ser conciente de mis pies de barro, de mis confusiones, de mi ir a otros y no a vos Maestro. Porque como Samuel, hemos decidido seguirte pero cuando nos llamas vamos a lo conocido y no sabemos reconocer tu voz y lo que eso implica. Es como si de golpe fuéramos niños bien intencionados y encaminados pero desorientados. No tiene sentido, y por eso volvemos del sin sentido al sentido una y otra vez. No permitas que nos quedemos ahí dando vueltas sin llegar a tu santa y única presencia y decirte… “Habla, porque tu servidor escucha” porque no basta el “Aquí estoy” o el “Aquí estoy, porque me has llamado”.
Hay que entrar en la casa donde resuena su voz… Hay que escucharlo en el hogar de la Palabra y de la escucha… “creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras.” Una otra vez crecer en la presencia del Señor que permanece a nuestro lado y no dejar que se pierda ni una de sus palabras que nos son confiadas. El tesoro de la escucha de la Palabra que resuena y hace crecer.
Es que no hay movimiento verdadero si no es hacia el Señor. Es que ese movimiento verdadero pierde su sentido si no entramos en la escucha de su Palabra y nos quedamos a vivir con Él para aprender como discípulos. Toda llamada crece en la escucha y en ella debe permanecer. Todo discipulado es con un Maestro que enseña palabras de Dios. Sin Él no hay ni llamada ni discipulado. Tal vez aquí es donde se malogra nuestra llamada y nuestro discipulado.
Se necesitan hombres de Dios adultos, consientes de su miseria frente a la trascendencia de Dios, que nos señalen a Dios como Elías y Juan Bautista… “Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”., como el mismo Andrés y el otro discípulo… “Hemos encontrado al Mesías”... Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo…”
Se necesitan hombres deseosos de ser discípulos del Maestro que nos ha sido dado y dispuestos a permanecer en la escucha de día y de noche para crecer al ritmo de sus enseñanzas. Y quien se ha venido a vivir con nosotros, vive en nuestras vidas, entre nuestras historias, merodea nuestras existencias de cada día para llamarnos y enseñarnos.
¿Queremos seguir y aprender?
¿Queremos aprender y crecer?
¿Queremos concientes de nuestra debilidad señalar al Gran Dios del Encuentro en el camino hacia el Maestro Jesús?
Los que han llegado a ser discípulos en este encuentro cara a cara, mirada con mirada, voz con oído, pregunta con corazón, respuesta con invitación, y han permanecido allí, saben que no se han equivocado y que ya no necesitan ir más de aquí para allá porque Él ha venido hasta nosotros y tiene su casa entre las nuestras y nosotros podemos vivir en la suya para siempre… “¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen…”
Tal vez una de las ideas que más atentan contra un verdadero discipulado es que “yo soy mío”… y “con lo que es mío hago lo que quiero”… Nada más errado para quien no se ha podido dar origen a sí mismo ni al universo que lo circunda. Somos habitados por Dios que nos ha hecho su templo y habitamos el universo salido de sus manos. No somos dueño de nada ni de nadie. Pero sí pertenecemos a Dios y su llamada a permanecer en esa relación mutua de comunión de amor y de vida es constante. Llamativamente le decimos a las personas que amamos y que nos aman… “soy tuyo” “sos mío” y nada es cuestionado en este orden. Pero, cuando el que está en juego es Dios, esa pertenencia y permanencia en una mutua relación recibe muchos peros…
Es el Señor mismo quien nos libra de esta trampa al decirnos hoy ... “Vengan y lo verán”… Respuesta más que satisfactoria para el hombre contemporáneo, tan renuente a lazos con Dios en los que pierda el control. Pero en ese ir y ver donde vive, algo irresistible surge, y ya no somos los mismos nunca más por más que después nos desentendamos de distintas maneras, haber ido y visto su humilde morada y la intensidad de su vida y su palabra, no se olvidan facilmente.
Vayamos y permanezcamos junto al que ha venido y permanece entre y en nosotros porque “Este es el Cordero de Dios”.


P. Sergio-Pablo Beliera

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