En la Eucaristía de cada día se encuentra con nosotros y se sienta a la mesa de fiesta que le hemos preparado, pero que es principalmente la mesa de fiesta que Él nos ha preparado y donde nos sirve el manjar de un pan de vida y una bebida de salvación, pidan nuevo y vino nuevo. Llegamos a la Eucaristía con nuestras preocupaciones o alegrías, pero todas ellas deben quedar a un lado una vez que estamos en la mesa del Señor, porque ahora estamos con el novio divino y ya no hay de qué preocuparse o alegrarse sino es de El mismo. Cuando comulgamos su Cuerpo y su Sangre recibimos toda la novedad de Dios eran nuestras vidas y es deber de correspondencia de amor recibirlo en odres nuevos de vidas nuevas el esposo ha llegado y nos abre la puerta para que pasemos con el al gozo ¡Cuántas Eucaristías sin novio!
Y cuando esa mesa de fiesta se prolonga en la Adoración de su Cuerpo y Sangre entregada y resucitada que permanece junto al Padre, ¡Cómo no alegrarnos! Es la fiesta del cielo en medio de nuestra humilde y reseca tierra.
En la Adoración Eucarística estamos con el novio divino, Hijo Amado del Padre, como estar tristes, como aunar del manjar de su presencia, nos vemos atraídos por si alegría de estar a solas con nosotros, cara a cara, nuestra preocupaciones que son frente a su presencia amorosa! Que son nuestras alegrías frente a semejante gozo que es el suyo de estar junto al Padre y por lo tanto hacernos ya aquí y ahora estar junto con Él junto al Padre.
No hagamos de nuestro privilegio de Adoración Eucarística un velorio de nuestras muertes de pensamientos y sentimientos heridos, estamos con el Amado, basta ya...
Cantemos canciones de amor en nuestra adoración del Señor Amado. Ya habrá tiempo para las preocupaciones, ya no importan tanto nuestras alegrías que no provienen de Él y que no van a Él. Nuestro corazón, toda nuestra persona tiene que ser un odre nuevo que acoge el vino nuevo de la persona de Jesús Eucaristía.
Y cuando dejamos la mesa de la Eucaristía y de la sala nupcial de la Adoración Eucarística no nos vamos tristes sino llenos de su presencia amorosa que nos devuelve a esa mesa y a esa sala para encontrarnos con el Amado. A fin de cuentas Él se va con nosotros porque permanece con nosotros aunque no lo veamos como en la Eucaristía.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo...
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